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Mirador 11/04/2016
Me dijo al presentarse:
—Soy el rojo, el mejor de los colores.
—Perdone —respondí—. No hay un color que sea mejor que los demás. El rojo se puso colorado por el enojo. Replicó:
—Caperucita es roja.
—Es cierto —concedí—, pero el príncipe es azul.
Advertí que mi respuesta lo desconcertó. Aproveché su vacilación para asestarle una reflexión moral. Le dije:
—Todos los colores son necesarios, igual que las personas. El amarillo no puede hacer lo que hace el verde, y usted, que es rojo, no puede hacer lo mismo que el azul.
El rojo enrojeció otra vez, pero ahora no por el enojo sino por la pena de reconocer que estuvo equivocado al haberse creído el mejor. Todo aquel que se cree el mejor está equivocado.
¡Hasta mañana!...