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Mirador 11/10/16
Después de cada lluvia el prado de mi solar se cubre de pequeñas flores azulinas.
Son tan pequeñas esas flores que no se verían si cada una de ellas estuviera sola. Pero todas juntas forman una bella alfombra azul, como si la tierra reflejara el cielo.
Estas diminutas flores –son del tamaño de la uña del meñique– tienen hermoso nombre: se llaman manto de la Virgen. Por pequeñitas, y por llamarse así como se llaman, me resisto a pisarlas, y doy la vuelta al prado en vez de atravesarlo.
Otro nombre pondría yo a estas flores: las llamaría “gratitud”. Parece que salen a agradecer la lluvia. También los hombres deberíamos recitar un salmo de acción de gracias por ese don del agua que pondrá el pan en nuestra mesa y la esperanza en nuestro corazón. Pero la hierba del campo es más agradecida que nosotros.
Miro este azul manto de hermosura y me posee un sentimiento de vergüenza.
¡Hasta mañana!...