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Mirador 12/067/17
El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia. Le contó:
—Una prostituta vino a verme ayer y me dijo que tiene en el cuartucho donde ejerce su miserable oficio un pequeño altar con tu imagen y la de tu divina madre.
Ante ellas mantiene encendida siempre una pequeña veladora. Me confió que cuando va a la cama con un hombre vuelve hacia la pared esas imágenes a fin de que no vean la acción pecaminosa que ahí tendrá lugar. Me preguntó si al hacer eso comete algún pecado. ¿Tú qué opinas?
Respondió el Cristo:
—En verdad te digo, Soárez, que la fe de esa pobre mujer es mayor que la tuya y la de aquéllos que son como tú. Otro serías, y otros serían tus hermanos, si tuvieran la humildad de esa prostituta. Y no me preguntes quién cree más en mí, si tú o ella, porque me pondrías en un aprieto para contestar.
Calló el padre Soárez. En su interior reconoció que la llama de su fe era menor que la de aquella veladora que la prostituta encendía como testimonio de su esperanza en la misericordia del Señor.
¡Hasta mañana!...