Mirador 12/07/16

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Mirador 12/07/16

Hay en el cementerio de Ábrego una tumba sin inscripción ni lápida. Cuando no sopla el viento se puede oir su voz:

 “... No leí nunca los malos libros escritos por los hombres. Bastante ignorante era ya sin leerlos. Pero supe que los chinos dicen que todo hombre debe engendrar un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. En mis tiempos, tiempos de oscuridad, pensábamos que los chinos servían sólo para lavar camisas. Sin embargo me decidí a seguir aquel consejo.

Me apliqué primero a la tarea más urgente, y empecé a engendrar hijos. Escasamente habrá algún rancho de la sierra en que un muchacho no tenga los ojos como yo. Luego me puse a plantar árboles. Los hijos se fueron; los árboles no. A los hijos les di yo; los árboles me dieron a mí.

 “Eso fue lo que hice: engendrar hijos; plantar árboles. Lo demás, lo del libro, eso no importa. Quienes los escriben sacan libros de un anaquel, los leen y escriben el suyo. Luego vienen otros; ponen ese libro en un anaquel, y el ciclo se repite. Yo tuve hijos. Yo planté árboles. Viví, e hice que la vida continuara. El libro se los debo para otra vida”.

¡Hasta mañana!...