Mirador 13/02/17

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Mirador 13/02/17

 Llegó sin avisar y se presentó a sí mismo:
—Soy el olmo.
Sentí la mala tentación de preguntarle en broma:
—¿Tiene peras?
Se me adelantó, sin embargo, y dijo:
—Antes solía yo tener peras, en contradicción de la sentencia según la cual es inútil pedirle peras al olmo. Pero nadie jamás me pidió una. Yo habría dado de todo corazón mis peras a quien las quisiese. Nunca, sin embargo, alguien se acercó a mí para pedirme lo que yo anhelaba dar. Eso me entristeció tan grandemente que dejé de tener peras. Ahora pedirme una es tan inútil como pedirle peras al olmo.
Me apenó el relato del olmo. Pensé que en ocasiones no se nos da porque no pedimos. Eso se aplica lo mismo a la oración que al amor. Me prepuse en adelante pedirle peras al olmo, aunque diga el refrán que eso es como pedirle peras al olmo.

¡Hasta mañana!...