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Mirador 17/04/17
Frente a la inmensidad del mar, pensó John Dee que de no ser por cada gota de agua, el mar no podría ser el mar.
El océano, se dijo, no es otra cosa más que una acumulación de gotas de agua. Cada una es nada por sí sola, pero todas juntas son el mar.
–En cada gota, entonces –meditó–, está todo el océano.
Eso llevó al filósofo a considerar que, de la misma forma, en cada hombre están todos los hombres. Reflexionó:
–En mí están mi padre y mi abuelo, y el padre y el abuelo de mi abuelo, y los abuelos y los padres de ellos; pero en mí están también todos los demás hombres que han vivido sobre la faz del mundo, y todos los que en el futuro vivirán.
Al pensar eso John Dee sintió una especie de vértigo. Era el vértigo del ser. El vértigo de ser. Pocos hombres lo sienten, por fortuna. Para evitarlo lo único que se tiene que hacer es no pensar.
¡Hasta mañana!...