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Mirador 17/07/16
El Señor hizo a los cocuyos.
Les puso una lucecita que se encendía en medio de la noche. Las hembras, enamoradas de la pequeña luz que las llamaba, iban hacia ella, y así se consumaba el eterno rito del amor.
Todo fue bien durante mucho tiempo: los cocuyitos encendían su luz y las hembritas respondían al llamado.
–Un día, sin embargo, el Señor encontró a los cocuyos tristes y apesadumbrados. Tenían encendida su amorosa luz, pero ninguna hembrita se acercaba a ellos.
–¿Qué sucede? –preguntó el Creador con inquietud– ¿Por qué los veo solos? ¿Dónde están sus compañeras?
Respondieron los cocuyos con voz que era al mismo tiempo de enojo y de congoja:
–Los hombres, Señor, construyeron un faro. Y cuando lo encendieron todas las hembras nos dejaron.
¡Hasta mañana!..