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Mirador 17/11/16
El rey Cleto era hombre joven, garrido y bien plantado. Su lozanía y apostura lo hacían el deseado de todas las mujeres. Sin embargo, tenía torcida de alma: saqueaba a sus vasallos para llenar sus arcas; sus intrigas por conservar el poder lo llevaban a la perversidad.
Tenía el rey Cleto un amigo de la infancia que era estevado, o sea patizambo. Por eso los cortesanos se reían de él. Pero era amable y bondadoso; conmovían su mansedumbre y gentileza.
El rey Cleto hizo llamar a San Virila y le pidió un milagro. Quería que le enderezara las piernas a su amigo, de modo que ya nadie riera de él. El frailecito hizo un movimiento de su mano, y el defecto de aquel hombre tan bueno desapareció.
—¡Milagro! —exclamaron los cortesanos, admirados. Y dijo San Virila para sí:
—Ojalá el rey no me pida que obre un milagro en él. Enderezar un cuerpo es cosa fácil; enderezar un alma es muy difícil.
¡Hasta mañana!....