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Mirador 20/07/16
El trueno truena.
Su tronar nace en el más alto pico del monte que llaman de Las Ánimas; retumba dando tumbos en la sierra del Coahuilón; hace eco en el frentón colorado, que así se nombra la muralla rocosa donde se reflejan las últimas luces del atardecer, y luego se pierde en la oscuridad de la noche que llega.
Yo escucho el ruido que el rayo hace al caer y siento una vaga inquietud. Los antiguos pobladores de estas tierras creían que el trueno era un bramido de su dios, encolerizado por el mal que hacen los hombres. Todavía hoy las mujeres se persignan al oír ese fragor.
Hace años le cayó un rayo al nogal grande, y casi partió su tronco en dos. Pensé que el viejo árbol iba a morir. No murió. Vive todavía. Muestra la gran herida que sufrió, pero cada año vuelve a verdecer.
Si alguna vez me cae un rayo de la vida, y no me mata, procuraré ser como el nogal, que aun herido de muerte siguió dando sombra protectora y generoso fruto.
¡Hasta mañana!...