Usted está aquí

Mirador

Dicen que bajo este nogal se sentaba a leer don Ignacio de la Peña, señor de la hacienda de Ábrego, en tiempos de la invasión americana. Ahí estaba cuando llegó un piquete de soldados yanquis. El jefe que los mandaba le dijo a través de un intérprete:

–Queremos caballos y mujeres.

–Dígale que los caballos ahí están –contestó don Ignacio–. Tenemos 100 por cada uno de ustedes. En cuanto a las mujeres, tendrán que matarnos a todos antes de tocar a una sola.

Así diciendo llevó la mano a su machete, y lo mismo hicieron sus hombres, reunidos tras él. No necesitó el intérprete hacer la traducción. Sin decir más los soldados siguieron su camino. Tampoco dijo más don Ignacio de la Peña. Tomó su libro y siguió la lectura donde la había dejado.

En la vieja casona del Potrero se conserva todavía el machete de aquel recio señor. Seguramente fue hecho en el Saltillo, donde había muy buenos forjadores, de tradición vascuence, que lo mismo hacían una reja para el amor que un puñal para la muerte. No tiene ese machete la finura y elegancia de una espada, pero guarda la fortaleza de aquellos hombres que defendían su tierra como si fuera su mujer, y protegían a sus mujeres como si fueran su tierra.

¡Hasta mañana!...