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Mirador 26/02/2016
Con pesar me enteré del fallecimiento de Cecilia Rodríguez Melo.
Lindísima chica ella, inquieto adolescente yo, hicimos teatro en el Saltillo de los años cincuentas. Subimos al palco escénico –así se decía entonces- en obras como “El color de nuestra piel”, de Gorostiza, y “El niño y la niebla”, de Usigli.
Era Cecilia una muchacha de travieso ingenio y agradable trato. Cantaba con afinada voz; sabía decir graciosamente anécdotas y cuentos. A todo mundo le caía bien; de nadie nunca hablaba mal.
Al paso de los años destacó en tareas educativas. Tuvo a su cargo un centro cultural en el antiguo barrio saltillero de Santa Anita. Ahí cumplió una ejemplar labor de difusión del arte y promoción de la lectura.
Hago llegar a su familia mi sentimiento de pesar. La vida de Cecilia fue plena y generosa. Haberla tratado fue un regalo para todos los que la conocimos. Guardaremos de ella memoria perdurable. Y para los recuerdos no hay muerte.
¡Hasta mañana!....