Los nogales de nuestro huerto dieron ya su fruto.

Este año la cosecha fue abundante; más, mucho más que el anterior. Me dice don Abundio:

–Seguramente Diosito se enteró de que estábamos en apuros.

El sabio viejo –hablo de don Abundio– les ordenó a los vareadores que dejaran en el suelo nueces para las ardillas y los pájaros azules. Me explica:

–También ellos están en apuros.

Ayer por la mañana fui a caminar bajo estos árboles. A veces los miro como a hijos: yo los planté. Luego los veo como a padres, por las enseñanzas que me dan. Algunos de ellos muestran ya en su follaje verdinegro algunas hojas amarillas. Y es que terminada su labor se disponen a dormir el sueño del invierno. He aquí otra lección de esos maestros silenciosos: al trabajo bien cumplido ha de seguir el reposo bien ganado.

Yo me pregunto si he trabajado bien, y no sé qué contestar, tan imperfecta ha sido mi obra. Quiero aprender de los nogales: en los días que el sabio viejo –hablo de Dios– quiera dejarme de vida procuraré dar fruto bueno para ganar el tranquilo descanso que merece el buen trabajador.

¡Hasta mañana!...