Mirador 26/10/17

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Mirador 26/10/17

Nació y creció en Nueva York, hijo de inmigrantes italianos. Antes de ir a la escuela repartía periódicos en su barrio, y luego de terminar las clases lustraba calzado en las calles. El poco dinero que ganaba en esos menesteres se lo entregaba, íntegro, a su madre.

Cierto día vio a un caballero que salía de su hotel. Lo reconoció en seguida por las fotografías que de él había visto: era Caruso. Fue hacia él y le ofreció lustrarle los zapatos.

–Signor Caruso –le dijo–, somos colegas: usted es el mejor tenor del mundo y yo soy el mejor lustrador de calzado.

El gran cantante sonrió y permitió que el chiquillo hiciera su trabajo. Cuando el niño terminó Caruso echó mano a su cartera.

–No es nada –lo detuvo Paulie–. Entre iguales no nos cobramos.

El tenor, entonces, hizo que su asistente le entregara dos boletos para la función de aquella noche. “No es nada –le dijo a Paulie–. Entre iguales no nos cobramos”.

Me habría gustado conocer a Paulie Dritto. (También me habría gustado conocer a Caruso).

¡Hasta mañana!...