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Mirador 29/08/2017
Armando Fuentes AguirreEl viajero es muy joven, tan joven que tiene sueños. Uno de ellos es conocer Dubrovnik, que en aquel tiempo pertenecía a Yugoslavia. Quiere ir ahí porque ha encontrado el nombre de la ciudad en varias novelas románticas, y él es romántico. (Aún lo sigue siendo, pero ahora de la peor especie: los románticos a quienes les da vergüenza confesar que son románticos).
Para ir a Dubrovnik ha atravesado el Mar Adríatico en un barco de carga cuyo capitán lo admitió como pasajero a cambio de unos cuantos dólares entregados y recibidos a escondidas. Se hospeda en un hotel que se anuncia como de lujo porque tiene un baño en cada piso. Es la época del comunismo.
El joven viajero ha echado a caminar por las calles de la hermosa ciudad. Visita la catedral; los viejos palacios; la fuente de Onofrio, tan grande que parece otra catedral. Por la noche, en el hotel de lujo, lo acosan las pulgas del colchón. Ahora, al paso de los años, el viajero guarda una memoria vaga de Dubrovnik, pero recuerda con claridad los piquetes de las pulgas. Después de todo no es tan romántico.
¡Hasta mañana!...