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Mirador 29/09/17
Las cataratas del cielo se abrieron y la tierra quedó cubierta por las aguas.
Ahora los lugareños maldicen la lluvia, ellos que en tiempo de sequía la piden con desesperación.
El pobre Dios -Dios, pobrecito- se ha rascar confuso la cabeza ante la veleidad humana. Le rezamos para que llueva y luego le pedimos que ya no llueva tanto. Tiembla la tierra, y con ella temblamos nosotros. Llega la tempestad y se nos encoge el alma. Luego nos olvidamos del temblor y de la tormenta, y seguimos viviendo como siempre.
Uno de los lugares más comunes en las redes sociales, ese reino del lugar común, es el que se refiere a “la furia de la naturaleza”. La naturaleza no tiene furias, digo yo. Su indiferencia es la misma que la de los dioses, que sometieron el mundo a sus dictados y luego se fueron a dormir quién sabe a dónde y hasta cuándo.
Ante esa indiferencia lo único que los hombres podemos hacer es volvernos más humanos. Otra cosa no podemos hacer.
¡Hasta mañana!...