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Mirador 29/12/16
—Se acaba el año —le digo a don Abundio.
—Los años no se acaban, licenciado —responde él—. Nosotros somos los que nos acabamos.
Sabio es el viejo, y socarrón. Dice verdades viejas; tan viejas como el hombre, tan viejas como el mundo. Y las dice con voz tranquila, sereno, pues sabe que la verdad no daña a los verdaderos. En presencia de una calamidad —el granizo; la helada; la sequía— yo maldigo y digo mal. Él, tranquilo, me amonesta:
—Lo hace quien puede, licenciado.
Lo suyo no es resignación pasiva: es sabia aceptación de lo inevitable.
Lo saludo yo en la mañana:
—Buen día, don Abundio.
Me responde:
—Dígamelo cuando haya terminado.
¡Cuántas cosas he aprendido de este viejo! Más, de seguro, que todas las que aprendí en la escuela. Se lo digo y contesta:
—Sólo aprendemos de la vida, licenciado. Y para aprender de ella hay que vivirla.
¡Hasta mañana!...