Mirador 30/03/16

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Mirador 30/03/16

El afortunado viajero llega a Lagos de Moreno, Jalisco, alta ciudad entre las de los Altos.

Ahí encuentra dos sombras muy amadas. La primera es la de un boticario melancólico: Francisco González León. Oyó sonar las campanas de la tarde y escribió versos que luego resonaron en la poesía de Ramón López Velarde.

La otra sombra es la del padre Agustín Rivera. Fue cura liberal en un tiempo en que los curas odiaban a los liberales y los liberales odiaban a los curas. Le gustaba mucho andar en dimes y diretes; se trababa en polémicas desaforadas contra falsos gigantes que ni siquiera eran molinos de viento, sino puro viento.

En el bellísimo templo parroquial, en la recoleta rinconada que los laguenses conservan con amor, el viajero alcanza a rozar el alma de esa noble ciudad de hermoso cuerpo y espíritu elevado con tradición de mujeres cristianas y hombres cristeros. Cuando sale de Lagos al amanecer el peregrino siente que ha estado en uno de los más cordiales corazones de México.

¡Hasta mañana!....