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Mirador 30/07/19

Por fortuna hay todavía carniceros en el mundo.

Lo digo porque poco a poco se van imponiendo las doctrinas veganas y vegetarianas, que a quienes aún comemos carne nos hacen sentir monstruos sanguinosos o infelices seres condenados a prematura muerte por nuestro pernicioso hábito de poner en uso los dientes caninos de que nos dotó el Señor.

El tema –está de moda esa expresión: “el tema”– me lleva a recordar a un carnicero de mi ciudad que celebraba haberse dedicado a tal oficio.

-La carnicería –declaraba con orgullo– me da para pagarme todos mis vicios: el cigarro, la bebida, el juego, las mujeres…

Y añadía en seguida con tristeza:

-Para lo único que no me da es para pagarles la carne a mis proveedores.

Respeto grandemente a los veganos y vegetarianos, y en el fondo –muy en el fondo– pienso que tienen la razón. Sin embargo, olvido esa razón, y todas las demás razones, a la vista de un buen corte de carne, de unos sabrosísimos tacos al pastor o de una excelsa fritada de cabrito hecha con sabiduría y amor por mi mujer.

Bien hayan, pues, los carniceros, les paguen o no sus proveedores.

¡Hasta mañana!...