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Mirador del 07-12-2015
Yo vivo la Navidad intensamente, quizá porque nunca he perdido la simplicidad. No es santa esa simplicidad mía, ni tiene la inocencia de los primeros años. Más bien es resultado de la falta de ciencia de la vida. Pero es simplicidad al fin y al cabo, y gracias a ella puedo gozar los variados dones de la temporada: los etéreos buñuelos; el agridulce ponche con añadido de brandy o ron marino; los tamalitos saltilleros, de leve masa y generosísimo recaudo; el pavo que Norman Rockwell habría pintado por segunda vez; el humeante champurrado...
Y luego el pino navideño, cuyas luces se hacen más luminosas en los ojos de mis nietos; y el pesebre, con las antiguas figuras que vieron los abuelos y los padres y que ahora estoy mirando yo; y la piñata, y los cantos para pedir posada…
Doy gracias a Dios por esta simplicidad de burrito manso que me permite ir por la Navidad como por aquel valle de rosas que cantó Bernal Jiménez.
¡Hasta mañana!...