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Moderno sistema de castas
Dice un célebre “YouTuber”, y dice bien, que es altamente hipócrita indignarnos con las descabelladas posturas del cabelludo Donald Trump.
En efecto, las declaraciones del contendiente republicano para la Casa Blanca nos hacen pegar de alaridos o de carcajadas, pero siempre tildándolo de intolerante, xenófobo, racista y cutre.
Tal indignación nos queda, no nos va, pues si para algo somos buenos es para ignorar con desdén a los migrantes que, en busca de un poco de certidumbre en su futuro, encaran toda suerte de dificultades y penurias en su peligrosa travesía por este territorio Telcel que tenemos por Patria.
Contadas, muy contadas son las excepciones de quienes, sin afán de lucrar con la bandera de los “pobrecitos migrantes”, se preocupan desinteresadamente por su situación y su destino.
Así que ni nos exaltemos por la iniciativa de aquel mítico muro fronterizo, cuando nuestras propias ganas son de levantar un muro alrededor de los migrantes para que no perturben nuestras ocupadas existencias con sus caras famélicas, sus ojos sin esperanza y todo ese hálito trágico que les acompaña (¡Qué afán de arruinarnos el día!).
Heredamos de la Colonia un sistema de castas cimentado por supuesto en el prejuicio racial. Los güeros valen más, punto. Y conforme la sangre europea se va diluyendo, se va mezclando, hay un proporcional descenso en el estatus social.
Pero no sólo el color de piel afecta nuestro criterio y manda al cuerno la equidad constitucional. Otros factores como la posición económica, los apellidos, la belleza relativa, la edad o el momento político de una persona consiguen hacer diferencia en nuestro trato hacia los demás.
Nuestros mexicanísimos prejuicios han determinado quiénes en este País son ciudadanos de primera, de segunda, de tercera y perrada de sol. Por supuesto, no es lo mismo ser joven, bonita, hija de buena familia y apellidarse McButtocks, que ser moreno, de mediana edad, tener facciones de arte prehispánico, desempeñar un trabajo manual, estar barrigón y ser conocido como “El Estopas”, porque tan sólo en la cuadra hay otros 40 que se apellidan igual.
Aunque en la más ilusa teoría de nuestra Carta Magna ambas personas valen lo mismo, sabemos que la vida de una y otro estarán marcadas por condiciones muy distintas. Y no hablamos de meras comodidades, sino de escenarios muy contrastantes en sus oportunidades de realización.
Incluso, la Ley tiende a ser más laxa con ciertas personas cuando intuye en éstas alguna presumible “importancia”, mientras que a otras sí se les deja caer con todo su peso y rigor. Para la mayoría, tanda de garrotazos y luego total incomunicación en una bartolina hedionda; para otros pocos elegidos prerrogativas, consideraciones y quizás hasta una bebida fría.
Ayer, el hermoso y soleado día en la Capital Mundial del Sarape se enlutó con un deceso tan trágico como absurdo: una mujer fue arrollada por un vehículo fuera de control. Su tripulante viajaba a exceso de velocidad mientras se daba el lujo de manipular su teléfono (se dice que iba “texteando”).
La fatal combinación (velocidad y celular) hizo reacción cobrándose una vida y ello, hasta cierto punto, es noticia.
Pero llamó mi atención que el nombre de la responsable (irresponsable) de esta negligencia criminal, pese a tratarse de una persona mayor de edad, jamás figuró en las notas que los diferentes medios redactaron sobre este aciago suceso.
Aquello no podía ser coincidencia (tantos medios, tantas notas), sino producto de la intervención de alguien con las suficientes indulgencias como para preservar la identidad de la cafre.
Pero las redes sociales (que hoy en día pueden todo lo que los medios tradicionales no quieren) develaron aquel misterio.
Trascendió (primero en redes) que la conductora implicada era María Lorena Lazcano, hija de exfuncionario, y exfuncionaria ella misma de la administración municipal.
Fue curioso cómo, en la mayoría de los medios saltillenses, los reporteros de la fuente policiaca, redactaron el martes prácticamente la misma nota, como si se las hubiesen dictado.
Y -¡vaya ironía!- para que la nota no se viera corta, de la víctima sí se proporcionaron todos sus generales. Es decir, privacidad para la presunta homicida, mientras que quien pagó con su vida fue exhibida en su última hora (¡muy bien, colegas!).
No sería la primera vez que un junior o una “hija de” librase las consecuencias de su criminal irresponsabilidad gracias al dinero y las influencias de su familia. Ello sin duda es abominable pero (¿cómo decirlo?) se explica al menos por sí solo.
Lo que detesto, sin embargo, es que los informadores acatemos como normal una regla ignominiosa: trato decoroso en la muerte para la gente “tipo bien” y cobertura guasona cuando fallece alguien del montón. Respetuosa privacidad para unos pocos; escarnio público para los demás.
Se suele decir que tenemos el gobierno que nos merecemos, aunque está visto que también existen los medios de comunicación que nos merecemos.
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