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Muerte a los traidores
Ese fue el grito del asesino de la joven parlamentaria británica Jo Cox cuando un juez le pidió dar su nombre.“Britain first” (Gran Bretaña primero) habría exclamado al abalanzarse sobre ella con un cuchillo y una rudimentaria arma de fuego. Las primeras investigaciones arrojan que este hombre, sobre cuyo estado de salud mental aún se especula, era simpatizante de grupos de extrema derecha, unos de tendencia neonazi, otros antiinmigrantes, otros partidarios del Brexit: la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. De hecho, Britain First es como se llama una de esas agrupaciones, cercana en sus propósitos al preocupante UKIP, o United Kingdom Independence Party y a su demagogo dirigente, Nigel Farage.
El asesinato de la legisladora británica es un doloroso y necesario recordatorio de los riesgos que conlleva la retórica desmedida. La campaña para convencer a los ciudadanos de Gran Bretaña de permanecer en (Remain) o abandonar a (Leave) la Unión Europea había tomado tintes verdaderamente preocupantes desde antes del cobarde y execrable asesinato. Particularmente los partidarios de la salida, tendenciosa y manipuladoramente llamada “independencia” se han caracterizado por su aversión a los datos duros y a la verdad, y por su amor por la desmedida demagogia de quien no apela a la razón, sino a la emoción de los votantes.
Con su habitual inteligencia y sarcasmo, The Economist hace un excelente retrato de ambas campañas (y de los argumentos y las consecuencias serios y profundos de la importantísima decisión). Publicados antes del suceso criminal que provocó incluso una suspensión temporal de los actos de proselitismo, los textos de The Economist son referencia obligada para entender no sólo las razones para que GB se quede o no en la UE, sino para ver los absurdos a los que llegan los políticos en sus afanes por imponer sus puntos de vista o sus intereses.
Pero no me voy a detener en el Brexit, sobre el cual ya podremos profundizar en caso de que se dé o respirar aliviados si se evita. Me ocupo hoy de esa muy peligrosa y cada vez más frecuente tendencia a usar las palabras como armas, que no sólo agreden o degradan al rival, sino que inflaman los ánimos de los partidarios de quien las escucha. Al promover no sólo los ideales propios sino la descalificación del adversario, se le deshumaniza, se le niegan los atributos esenciales que le harían merecedor de cierto respeto, de un trato digno.
Lo vemos por doquier, lo mismo entre radicales religiosos que entre políticos de sociedades democráticas, el recurso del odio es hoy muy socorrido. Y las respuestas y reacciones que provoca no pueden sorprender a nadie: actos de violencia, de exclusión, de discriminación abierta o disfrazada. Jo Cox planeaba denunciar el alarmante aumento de actos de violencia contra musulmanes, en especial contra mujeres de esa religión, en Gran Bretaña, según reporta The Guardian. Y es que las constantes referencias negativas y la propagación de estereotipos contribuyen a crear ese clima en el que nadie se siente seguro y todo mundo, inevitablemente, se radicaliza.
Vemos las perversas consecuencias de la retórica peyorativa en Europa, en EU, en el mundo musulmán, en nuestro propio país. Está muy bien, y es indispensable para la democracia, el debate, la confrontación de ideas y posiciones, la discusión incluso airada. Pero cuidado con las ofensas, las descalificaciones, los epítetos.
Se nos da mucho la hipérbole y no siempre medimos sus riesgos, sus consecuencias. Llamar a alguien “traidor” podrá sonar ingenioso hasta que recordamos que ese acto, el de traición, es de los pocos castigados universalmente con la pena de muerte. Viéndolo así, no puede sorprender la fanática extrapolación del asesino de Jo Cox, porque si la consideraba traidora sólo estaba dándole “su merecido”.
Cuidado con las palabras violentas, porque llevan a las acciones violentas.
gabrielguerracastellanos.com
@gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos
Analista político y comunicador