Usted está aquí

Muertos en vida

Las películas de zombis no tratan de muertos, sino sobre el comportamiento humano que exhibimos como sociedad

Dejó el mundo de los vivos George Andrew Romero, quien será mejor recordado por su signatura artística (George A. Romero) y por ser considerado el padre de un peculiar subgénero fílmico (y por consiguiente literario), mismo que en la última década cobró un inusitado auge: el cine de zombis.

Fundó con un grupo de amigos una pequeña productora fílmica y tenía 28 años cuando dirigió “La Noche de los Muertos Vivientes”, una modesta pieza de horror que confronta al espectador con una de sus peores pesadillas: tener que vérselas con sus congéneres.

Veamos: aunque en un estricto sentido, una peli de zombis trata sobre la reanimación de los difuntos, ya sea por causa sobrenatural, un irresponsable agente científico o interacción extraterrestre, ello constituye apenas el telón de fondo para que los personajes se pongan en movimiento.

Un buen relato de muertos caminantes rara vez se trata sobre los difuntos; se trata sobre los vivos; es decir, sobre nosotros y de cómo bajo condiciones anómalas, extremas, extraordinarias, sacamos lo peor o lo mejor, a según.

En un mundo de alienados, sólo nuestra inteligencia, adaptabilidad y entereza determinarán si sobrevivimos o acabamos como fiambres ambulantes.

Cuando los muertos deambulan por la tierra, no importa mucho si eres el más fuerte, el más rico, el más guapo, el más joven, el de más alto rango o el más simpático. Todos comparten el riesgo de verse infectados y terminar del otro lado de la valla, en una relativa igualdad de circunstancias, porque lo que uno no tiene le falta al otro.

Pero ya le digo, al final resulta que los cadáveres reanimados que comen cerebros es el menor de nuestros males y problemas. La bronca, ya dijimos, somos nosotros, nuestra pobre capacidad para organizarnos, para convivir, para aceptarnos, para solidarizarnos, para ayudarnos, para racionar adecuadamente los recursos y para alcanzar un objetivo común tan simple y sencillo como supervivir. Es inútil, siempre acabamos de la greña y matándonos eventualmente.

Ya le digo, es algo que Romero entendió a la primera, y hasta el guionista más incipiente lo sabe: las películas de zombis no tratan de zombis (los muertos no tienen ya conflicto ni necesidad dramática), sino que son más bien tratados sobre el comportamiento humano que exhibimos como individuos y como sociedad, de allí su gran éxito. Desde la película que inauguró el género, “La Noche…”, al final todo vale sorbete, no por la amenaza zombi, que al fin de cuentas no piensa y se mueve a 5 kms/hr. Son nuestros defectos los que nos condenan.

De este lado de la pantalla, algo muy, muy similar pasa con nosotros en el día con día: sabemos quién es el enemigo, lo reconocemos fácilmente por su cara de pendejo y su hedor a podredumbre. No obstante, entre nosotros, los que suponemos ser la gente buena y decente, nos tratamos con la punta del pie, incapaces de fraternizar aunque de allí dependa nuestra subsistencia.

La plaga está en otra parte, pero nosotros en vez de compartir preocupaciones y objetivos afines, estamos permanentemente atentos, enfocados en nuestras diferencias.

Sabemos que un LGBTTI y un autodenominado “pro-familia” preferirían morir antes que unirse y marchar por una causa común; lo mismo que la gente que se ubica en extremos opuestos del espectro político; los de la generación X no reconocen a los Millennials; los cristianos desprecian a los católicos y viceversa, pero ambos son objeto del desdén de los ateos; los veganos consideran caníbales a los vegetarianos, pero el carnívoro se ríe de los dos; etcétera.

Por etiquetas no paramos. Son las que nos enemistan, nos tienen perennemente a la defensiva y presos de un deseo de vivir en un mundo donde nadie piense distinto a nosotros.

Y mientras que un montón de despojos humanos se han adueñado del mundo real, nosotros no nos solidarizamos ni para lo más elemental.

Mientras discutimos, los seres más repulsivos y sin alma se placean como dueños de la Creación.

Nuestra supervivencia está en juego y, tal y como apuntábamos, depende en mucho de nuestra fortaleza e inteligencia, pero hay que agregarle algo de compasión puesto que, sin esa pizca de humanidad, terminamos por ser indistinguibles de los horrendos zombis que plagan nuestras pesadillas.

¡Bienvenido al mundo de los muertos, don George A. Romero!

petatiux@hotmail.com 

facebook.com/enrique.abasolo