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Nacer en presente continuo
Nacer: abrir los ojos, entender, aceptar, bienvenir. O romper, cruzar, subir, dejar, quemar. Pero abrazar y amamantar, regar y hendir. Curar.
Nacer con dolor. Desde el dolor. Envueltos en sangre, ese otro color del agua. Nacer ante la tibieza del cuerpo que protege o junto a un cuerpo que lastima, pero nacer. Celebrarlo.
Nace una historia y sepulta un recuerdo. Arremete el recuerdo y sepulta la historia.
Nacer: continuo inmenso. Acuerdo colectivo con figuras lingüísticas incrustadas en el cerebro; esa alianza que nos permite caminar sobre un pedacito de la razón y la emoción que provoca el feraz océano que viene con el nacer. Sus olas tragan la palabra muerte; la pueblan de algas y flores allá en el fondo. El océano le muestra espejos a lo que queda de la muerte. O quedaba. Ya queda nada de la idea de muerte triste.
Y medir el tiempo por asombro o por manía. En menos de un segundo, células pensamientos viajes rostros nacen y mueren en presente continuo.
Al leer el libro de Yuval Noah Harari titulado De animales a dioses, encuentro esto: “La humanidad pagó por su visión descollante y por sus manos industriosas con dolores de espalda y tortícolis. Las mujeres pagaron más. Una andadura erecta requería caderas más estrechas, lo que redujo el canal de parto, y ello precisamente cuando la cabeza de los bebés se estaba haciendo cada vez mayor. La muerte en el parto se convirtió en un riesgo importante para las hembras humanas. A las mujeres que parían antes, cuando el cerebro y la cabeza del niño eran todavía relativamente pequeños y flexibles, les fue mejor y vivieron para tener más hijos. Por consiguiente la selección natural favoreció los nacimientos más tempranos”.
Desde este cuerpo con el cofre de la vida y de la muerte adentro, me pregunto: ¿nacer para qué? ¿Será para hurgar con humanos ojos en la tierra y decir “he vivido, tocado, llenádome de” antes de cerrar los ojos?
¿Será para buscar una oquedad en un cuerpo o en un territorio y percibir que se vibra? Dar vida: sacos con seres en líquido amniótico, miomas, letras. Multiplicarse apoyados en la inteligencia de las células que se adaptan. Y vencer.
¿Será que uno busca integrarse a un cuerpo porque finalmente lo ha reconocido más allá de la mirada como un universo? Será que ese universo de carne te recuerda el origen sin nacimiento ni final? ¿Estará hecha de esa sustancia germinal tal entusiasmo y fulgor? ¿Habrá otra más clara llamada de atención?
Nacer para ser la danza que hace florecer la música; para tallar ductos de acero y huesos; armar bicicletas y sueños. Para escuchar el sonido del agua y de los astros. O para andar sobre montañas antes de que un banco de niebla nos deje sin aliento.
Todo es nacer. Nade se detiene. Hay un descomunal avance. No hay tregua para sus acordes y modulaciones. Todo el universo dice sí. Y se sacude las fechas de sus inmensos hombros.
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