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Nachas vemos...
A mi edad pocas cosas asombran o sorprenden. Hace mucho tiempo dejé de decir: “¡Ah!”, “¡Oh!” o “¡Híjole!”. He aprendido que la más grande fantasía se queda corta frente a la realidad, y que no hay nada, por increíble que parezca, que no pueda llegar a suceder. Barack Obama, Trump, un Papa argentino y el coronavirus son sólo cuatro ejemplos entre los muchos que se podrían esgrimir para probar que en nuestra época lo más posible es lo imposible, y que lo inesperado es lo que más debemos esperar.
El otro día, sin embargo, vi un anuncio que me dejó atónito y suspenso. En ese anuncio cierta clínica ofrecía agrandar las pompis y dotarlas de redondeces sugestivas. Lo extraordinario es que el ofrecimiento no estaba dirigido a las damas, sino a los caballeros. En la publicidad aparecía un señor con los consabidos letreros “Antes” y “Después”. En el primero se le veía al hombre un exiguo nalgatorio, plano como una tábula rasa. En el segundo, en cambio, el dicho señor mostraba unos rotundos hemisferios que ya los hubiesen querido para sí Ninón Sevilla, Tongolele, Rosa Carmina o cualquiera de las gloriosas féminas que fueron causa de los trabajos manuales y los sueños húmedos de todos los de mi generación.
No es que yo sea conservador, pero me llama la atención que un varón quiera hacerse magnificar las pompas. Hace tiempo estuvo muy de moda la metrosexualidad. A una señora le preguntaron sus amigas: “Tu esposo ¿es metrosexual?”. “¡Uh, no! –respondió ella, desdeñosa–. Para eso le faltan unos 96 centímetros”.
También sé que hay mujeres que se fijan en los glúteos de los hombres, quizá porque suponen –equivocadamente, claro– que las proporciones de las asentaderas son indicativas de las proporciones delanteras. Pero creo que el deseo de tener posaderas prominentes no pertenece al ámbito de lo típicamente masculino.
Recuerdo que aquí en Saltillo, hace unos años, dos jóvenes gays de condición humilde se inyectaron el uno al otro en las nalgas aceite vegetal de cocinar –no me acuerdo exactamente de la marca–, en un desmañado esfuerzo para agrandar sus atributos posteriores. Los dos infelices murieron por envenenamiento de la sangre. Bajaron a la tumba con las pompas redondas y lucientes, pero bastante muertos.
Siempre he pensado que alguien debería hacer un estudio de los aportes que las canciones han hecho a la filosofía. Frases como: “La exquisita ironía de las cosas amargas”, perteneciente al bolero “Pestañas” –casi desconocido– de Agustín Lara; aforismos como: “Las ciudades destruyen las costumbres”, tesis propuesta por José Alfredo Jiménez, deben ser objeto de consideración por los estudiosos del pensamiento filosófico. Pues bien: hay una canción que dice: “Trata de ser feliz con lo que tienes”. Cuando Paquita la del Barrio canta esa canción les hace a los señores una seña consistente en mostrarles el pulgar y el índice de su mano derecha, separados por un centímetro a lo más, para indicar pequeña cantidad.
Yo opino que en el asunto de las nachas todo fiel cristiano debe agradecer lo que Diosito bueno quiso darle, y no tratar de enmendarle la plana redondeando lo que Él, en su sabiduría infinita, quiso hacer plano, ni agrandando lo que el Señor dispuso que tuviera proporciones mínimas. Lo dicho: trata de ser feliz con lo que tienes.
En esa actitud de contentamiento estriba en buena parte la felicidad.