Nadie se va solo

Usted está aquí

Nadie se va solo

Ilustración: ESMIRNA BARRERA

Te observo desde la puerta. Empiezas otro día igual al de ayer, al de antier
 al de esta misma fecha hace trece años cuando quedaste viudo. Igual a cualquier otro de toda tu vida. Ya te diste el gusto de dejar la casa limpia, para que no sea el desorden lo que te reciba al regresar del trabajo. Te asomas por la ventana y maldices al clima. Te asfixia la niebla húmeda que se te mete al pecho cada vez que inhalas. Otra vez se te engarrotó la cintura. Es mentira lo que anuncian los vendedores de colchones. 

Ninguno te hace descansar a pesar del dolor que se te aferra a los huesos en las noches frías. Ese alivio sólo lo tenías en la tibia desnudez de tu mujer. Morirse fue el peor castigo que pudo darle a tu aspiración de vivir un matrimonio tranquilo en la vejez. Sólo ella y tú en esta casa modesta y cómoda. Todavía te culpas de haber provocado la rutina que la mató de tedio.

Apenas tienes tiempo de llegar a la parada y abordar el camión de las siete y media. Sigues sin comprender el horario de verano que inicia en primavera y termina en otoño, porque retrasa los amaneceres, sobre todo cuando dan las ocho de la mañana y el sol batalla para asomarse. Si tardas en desayunar, otra vez llegarás tarde y ya no estás para acumular faltas al reglamento. Ya mero alcanzas tu jubilación y te conviene portarte bien. Lo que menos quieres es aguantar otro año al odioso treintañero lampiño de voz aflautada, que disfruta al restregarte en la cara sus títulos y su juventud, suficientes para ser “tu superior”.

¡Ah! ¡Lárgate, asquerosa!? si las personas supieran cuáles serán sus últimas palabras, buscarían unas más amables, menos agresivas. Unas que hablen bien de quien las pronuncia. 

No habías notado mi presencia. Llegué con el último atardecer. Mis alas pesadas por la humedad, apenas temblaron para anunciarte que el único muerto en este cuarto eres tú. Tenías que haberte limpiado las suelas cuando barriste las cáscaras de la papa que cocinaste con huevo y salsa picosa para el desayuno. El café caliente que medio ahuyentó el dolor de las mañanas en el pecho, fue lo mejor que has recibido en el día. Corre. Corre. La escoba está recargada junto al refrigerador, donde siempre la dejas. Haces bien en sacudirla. Que no te caiga polvo en los ojos para que me veas bien cuando intentes aplastarme con las espigas gastadas y chuecas. La cáscara de papa en tu suela te traicionó. La impresión por la caída te sacó del mundo de los vivos antes de que tu cráneo se partiera como cazuela caliente en congelador al estrellarse contra el suelo recién barrido. Tus ojos fijos en mí, ya no me miran. Luces tranquilo. Ahora sabes que nadie muere solo. Siempre habrá una mariposa negra acompañando desde la puerta.

Martha Santos de León
PERIODISTA
(Monterrey, 23 de febrero de 1966) 

Psicóloga. Dedicada al periodismo desde hace 36 años. Actualmente es editora en VANGUARDIA. Psicóloga. Formó parte del diplomado: El Cuento, impartido por Alejandro Pérez Cervantes en la Universidad Iberoamericana campus Saltillo.