Navidad en el techo de México. No cualquiera

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Navidad en el techo de México. No cualquiera

En la cumbre del Pico de Orizaba, techo de México (5,636 metros de altitud), con mi hijo Santiago. Foto: Especial

Les platico: si siguieron el plan trazado que armamos desde éstas bárbaras, inseguras y asoladas tierras del norte, olvidadas de la mano del Dios de Spinoza Durazo, a la 1:00 de la madrugada de hoy miércoles 25 de diciembre, deben haberse despertado en el albergue “Fausto González Gomar” a 4,660 de altitud sobre el nivel del mar, al pie de la cara sur del volcán. 

Con un frío exterior de 10oC bajo cero, se pusieron sus botas y tres capas de ropa térmica; prepararon sus mochilas, cascos, linternas de cabeza, guantes dobles, gogles, crampones, bastones, polainas, piolets, arneses y cuerdas, si es que de última hora decidieron subir amarrados. (El riesgo de subir y bajar encordados es que si uno resbala se lleva a todos de corbata pero algunos se sienten más seguros atados los unos a los otros. La vez que hice cumbre por el glaciar de la cara norte con mi hijo Santiago y nuestro camarada José Luis Nolasco, subimos sin cordada buscando una placentera sensación de libertad).  

Todo esto a un ritmo muuuuuy lento, el ritmo al que todo se mueve -incluyendo los humanos- en esas altitudes de oxígeno tan escaso.

En esas zonas de altitud arriba de los 5,000 metros, se acabó el verde porque las plantas no tienen suficiente oxígeno para crecer. Todo es arena volcánica, donde su negrura contrasta con la blancura azulada del hielo.

Deben haber cargado sus raciones de marcha: agua, sueros, granos, fruta seca, chocolates, energéticos y quizá tomaron un desayuno de sopa y café calientes, todo esto iluminándose con sus lámparas, o a oscuras, porque en ése albergue y en el del glaciar de la cara norte, no hay electricidad.

Después, ya bien vestidos y cargando a sus espaldas sus mochilas con más de 20 kilos, salieron a la inmensidad de la noche, donde sin verla, se siente la presencia inmensa del gran coloso que les espera con su cumbre de 5,636 metros de elevación sobre el nivel del mar.

Máximo a las 2 de la madrugada deben haber iniciado el ascenso por el arenal, siguiendo la sinuosa ruta donde los pasos se vuelven más lentos conforme se va ganando altitud.

A ese ritmo le llamamos “paso volcanero”: Un pie adelante, tres segundos de respiración, luego el siguiente y así hasta llegar a la cima o hasta donde la condición física aguante.

Caminar más rápido elevaría en reposo la frecuencia cardiaca a 190 latidos por minuto… o más, como 180 -parafraseando al inefable EPN- con los consiguientes riesgos de sufrir un edema pulmonar o peor, uno cerebral.

A 5,200 metros de altura la presión atmosférica de oxígeno es la mitad de la que hay a nivel del mar y en la cumbre del Pico de Orizaba disminuye a un 40%.

Todo esto merma las facultades del organismo y en muchos provoca el “mal de montaña”:  mareos, dolores insoportables de cabeza, desorientación, vómitos y si esto se agudiza, no hay de otra, pa´abajo, porque como por arte de magia estos efectos cesan conforme se desciende.

A las 7 de la mañana disfrutaron de un amanecer glorioso, sin paralelo, el que solo se puede ver a altitudes por encima de los 5,000 metros, con un cielo azul cobalto -si estaba despejado- y con un bendito Sol que al asomarse comenzaría a aliviarles el despiadado frío que clava sus filosos cuchillos en cara, manos y pies.

Dos horas después, por ahí de las 9, divisaron a lo lejos y mirando bien hacia arriba, vertical, El Púlpito del Diablo”, la gran roca que nos dice que tenemos la cumbre a tiro de piedra y donde comienza -por la cara sur- la ruta del hielo. Atrás quedará el arenal. 

En ese lugar tuvieron que detenerse para sacar los crampones de las mochilas, ajustarlos muy bien a sus botas y disponerse a usar el piolet, más que los bastones. Si el Sol calentó, tal vez se deshicieron de una de sus capas de ropa.

Ahí en el Púlpito, si dirigieron su mirada hacia el poniente y si el día estaba despejado, vieron a más de 100 kilómetros de distancia al humeante Popo y a su derecha a su pareja, “la mujer dormida”, el Iztaccíhuatl, que tiene siglos de no hacerle segunda con sus fumarolas a su compañero.

Poco antes del mediodía hicieron cumbre. Para tres de ellos fue la primera vez que coronaron el techo de México y extasiaron su espíritu contemplando un paisaje inenarrable, con las nubes -si las hubo- y todos los poblados de México a sus pies.

Nada en nuestro País estuvo en esos gloriosos momentos más arriba que ellos.  

Si el día fue claro, desde allá se alcanzaron a ver las inmediaciones de Veracruz y su mar del golfo. Así de alta es esa sagrada cumbre.

Admiraron el cráter y conociéndolos, se animaron a bajar para verlo de cerca, cubiertas sus paredes de nieve y de un hielo ya no tan eterno, porque me dice un amigo de allá que al glaciar de la cara norte le quedan menos de 15 metros de profundidad. Se lo está acabando el cambio climático y esto duele saberlo.

Luego, seguramente alertados por su guía, vieron sus relojes y muy a su pesar, supieron que era hora de emprender el descenso. Lo hicieron con el alma colmada y con una experiencia que narrarán a sus hijos y nietos. Así de grande es esta aventura en la vida de quienes hemos tenido la fortuna de estar ahí.

El descenso por el arenal puso a prueba su resistencia, porque en algunas zonas las piernas se hunden hasta las rodillas en una fina arena negra volcánica y para entonces llevarían tal vez 10 horas de expedición.

Como a las 12 del mediodía comenzaron a escuchar unos tronidos que parecían disparos. Fueron las rocas de la cara sur que después de estar a bajo cero durante la noche, el calor del Sol las hace estallar lanzando fragmentos como si fueran proyectiles a gran velocidad en todas direcciones.

Afortunadamente éstas rocas se encuentran por encima de los 5,000 metros de altitud, en los límites entre la zona del hielo y el arenal, por lo cual, cuando los tronidos comenzaron, ellos ya estaban en áreas seguras.

Llegaron al albergue a las 2 de la tarde, tal vez a las 3. Cansados, bien cansados, pero también bien contentos, y le agradecieron a la vida… y a su experimentado guía, que les haya dado este regalo, mismo que compartirán a su regreso, sanos y salvos, con quienes les esperamos para darles un abrazo y les escucharemos platicar por mucho tiempo los detalles de esta maravillosa experiencia de haber recibido a la Navidad…en el techo de México, en el Pico de Orizaba.

CAJÓN DE SASTRE

“Anoche fue Nochebuena y hoy es Navidad. Bueno, pasémosla todos lo mejor que podamos, porque la vida tiene nada más un presente y ese, deja atrás al pasado y nos dice que el futuro es una quimera”, dice la irreverente de mi Gaby, que se pone más sabia que de costumbre en éstos días.

placido.garza@gmail.com

 

*PLÁCIDO GARZA

 Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “SIP, Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Es miembro de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Escribe diariamente su columna “IRREVERENTE” para prensa y TV en más de 40 medios nacionales y extranjeros. Maestro en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras, de distinguidos comunicadores. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.