Necrológica

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Necrológica

Hace días murió un cantante y autor de algunas de las canciones con las cuales crecí sentimentalmente, Alberto Cortez (1940-2019). Su nombre completo y real era José Alberto García Gallo. Todos lo reconocemos como Alberto Cortez. Y este cantautor argentino forma parte de mi alfabeto romántico junto a muchos otros de aquellas épocas en los cuales existía eso llamado “Café cantante” o peñas, donde uno iba a leer, escuchar trova y canto nuevo, folclore latinoamericano y, caray, se quería hacer siempre en estos lugares de reunión una revolución para cambiar el estado de las cosas. Para desgracia de todos, las revoluciones existían siempre en planes, jamás se podía aterrizar al menos alguna revuelta. Pero todo ha cambiado, hoy las redes sociales pudren y devastan todo a su paso. Son otros tiempos, viví en un mejor y añoso tiempo, el cual disfruté en su momento.

En aquellos buenos años escuchaba a Alfredo Zitarrosa, Carlos Díaz apodado “Caíto”; al par de cubanos contadores de grandes historias: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Escuchaba a Facundo Cabral, María Dolores Pradera, la más grande sin duda; al catalán Joan Manuel Serrat, el cual acaba de venir a Monterrey. Y claro, escuchaba a Alberto Cortez. Hoy y de vez en cuando escucho todo el anterior repertorio de cantantes, aunque hoy mis intereses son otros. Pero los recuerdo gratamente. Escuché de nuevo algunos discos compactos que tengo de Cortez, al cual lo puse en mi aparato de sonido por su sentida muerte. Hay una letra, de una de sus cientos de canciones, la cual me ha gustado y como siempre (por cierto, el académico José Luis Martínez Avalos me la recordó vía telefónica cuando intercambiamos palabras por la muerte del argentino): “Quisiera ser un mago fabuloso / para tocar las rosas por estrellas / dejarlas en tu almohada sigiloso / que iluminen tus sueños todas ellas…”.

Sí, eran otros tiempos mucho mejor a éstos. Eran tiempos en que una mujer era musa inspiradora, tiempos buenos en que una mujer provocaba los más sentidos poemas, y uno levitaba cuando aquella dama en turno nos miraba aunque fuese de reojo con un dejo de coquetería en la mirada. ¿Hoy? Hoy todo está podrido. Los jóvenes junto con Internet se han vuelto materia de ceniza y no de luces. Escuchan a todo volumen a los “Montéz de Durango” con la siguiente canción, la cual ladran a todo pulmón: “Te sientes soñada / si escuchas a La Paquita / la madrina que te ponga / haber si ella te la quita / Chiquita no seas babosa / deja de andar de valiente / el madrazo que te arrime / te va a enderezar los dientes…”. ¿Sabe usted cómo se llama esta canción? “La piojosa”. Esta es la “cultura” que ahora viven y en la cual se educan los jóvenes merced a este tipo de ritmos llamado banda, movimiento alterado, reggaetón y todo lo que circula como infierno en la red.

ESQUINA-BAJAN

Con la muerte de Alberto Cortez me voy enterando de lo siguiente, en verdad, una novela de suspenso. Lo leí en una buena estampa escrita por Enric González para el diario ibérico El País”. En su momento, creo recordar, escuché la anterior historia de uno de mis hermanos mayores, pero con el tiempo aquello se fue olvidando. Hoy ha regresado en letras del periodista ibérico. Aquí lo cuento a la vez yo. Vaya e insisto, una verdadera novela o cuento de misterio. Allá por la década de los años 50 y 60 del siglo pasado, cuando Cortez y otros artistas andaban de gira en Europa, el empresario que los había contratado los dejó botados. Desapareció. Los jóvenes artistas de ese entonces se quedaron a la deriva, cada quien buscó salvarse como pudo. Andaban sin dinero y sin trabajo. Fue cuando entonces Alberto Cortez se hizo Alberto Cortez. Pero, el nombre lo adoptó por un artista, un cantante que tenía ya cierto nombre en Europa, un peruano llamado Darío Alberto Cortez Olaya que cantaba bajo el nombre de Alberto Cortez. Puf.

Pues Alberto Cortez (el argentino) suplantó socarrona y cínicamente a Alberto Cortez (el peruano). Así empezó una larga cadena de suplantar la personalidad, ir a estudios de grabación donde el Cortez argentino suplantó al Cortez peruano y original. Gato y ratón, encuentros y desencuentros se fueron tejiendo lo mismo en Europa que en América, ya cuando se hizo de buena fama Alberto Cortez, el argentino. El Cortez peruano lo demandó en tribunales europeos y, claro, le dieron la razón de usar el nombre. Pero, Cortez el argentino no hizo caso (fue detenido por ello una ocasión en España y su compañía disquera pagó la sanción y fue liberado) y siguió tan feliz y cantando con su nombre robado. Así siguió hasta su muerte. Cuentan las crónicas periodísticas que, cuando a Cortez el argentino, el ahora ya muy famoso y recién unido a la eternidad, se le recordaba de este episodio, cambiaba de tema y nunca lo abordaba.

Sobra decirlo, al original Alberto Cortez, el peruano, ya nadie lo recuerda y creo, nadie lo escucha ya. Y esto de ser un doble, tener un doble o suplantar la personalidad y nombre de otro humano, siempre ha existido. La cosa es tema bíblico incluso. Pero en un más acá nacional, esto de tener un doble ha revivido con la serie de Netflix donde se aborda la muerte del entonces candidato del PRI; Luis Donaldo Colosio. Si usted lo recuerda, cuando detuvieron al presunto asesino, Mario Aburto, y lo presentaron ante la prensa mundial, éste al parecer no correspondía con el que disparó el arma y el cual se ve en fotografías y videos. ¿Hubo dos Mario Aburto? Pues entonces hubo dos Luis Donaldo Colosio. Así las cosas de aquella conspiración que hoy ha revivido.

LETRAS MINÚSCULAS

Por lo pronto, murió Alberto Cortez, el argentino, el cual suplantó nombre y fama del otro Cortez, el peruano. Tal vez ambos ya dirimen su diferencia en la eternidad.