No se confunda usted

Usted está aquí

No se confunda usted

Hay cosas imposibles -decía Cuco Sánchez- que sin embargo suceden. Hace unos años un señor de Monterrey esperaba el autobús en una esquina. Acertó a estar parado sobre la tapa de una alcantarilla. A la tal alcantarilla se le ocurrió en ese momento hacer explosión por la acumulación de gases. El infeliz salió disparado por el aire. Habría sufrido a lo más algunos golpes si no es porque fue a pegar en los cables de una línea de alta tensión. Cayó ya muerto, electrocutado. Y el terrible azar no acabó ahí: cuando el hombre cayó llegó el autobús que esperaba y lo atropelló. Esto que acabo de contar es rigurosamente cierto. Hay cosas imposibles que sin embargo suceden.

Otras hay que no son trágicas, como ésa, sino cómicas. Por ejemplo, lo que a un cierto amigo mío, también de Monterrey, le sucedió hace días. Fue a comer a un restorán y pagó con tarjeta de crédito. Ya de regreso en su casa se dio cuenta de que no le habían devuelto la tarjeta. Buscó en el directorio el teléfono del restorán, y marcó el número.

-¿Bueno? -le contestó una voz sombría.

-Páseme por favor con el señor de la caja -solicitó mi amigo.

-¿Cómo dijo? -preguntó la voz, queda.

-Que me pase con el señor de la caja.

Una pausa, y en seguida la voz, igualmente en tono grave:

-No le entiendo, señor.

-¿Cómo que no me entiende? -se impacientó mi amigo-. Le estoy pidiendo que me pase con el señor de la caja.

-Oiga -le dijo entonces la voz-. No esté jugando, por favor. Eso no se puede.

-¿Por qué? -empezó mi amigo a irritarse.

-Pues porque no se puede -le replicó la voz-. Si quiere le paso a algún empleado.

-No -insistió mi amigo con enojo-. Yo quiero hablar con el señor de la caja.

-Si lo prefiere le paso a algún familiar -ofreció el de la voz.

-Le repito que quiero hablar con el señor de la caja -repitió mi amigo ya enojado.

-Por favor ya no moleste -le pidió el otro-. Voy a colgar.

-¿Cómo que va a colgar? -se enfureció mi amigo-. ¿A dónde estoy hablando?

-A la Funeraria Tal -le contestó el de la voz-. Se está velando aquí un difunto. ¿Y quiere usted que le pase al señor de la caja?

Colgó la bocina mi amigo, avergonzado. Volvió a consultar el directorio para confirmar el número del restorán, y luego lo cotejó con el de la funeraria. Los números eran iguales, salvo por un dígito. Se había equivocado; por marcar el número del restorán marcó el de aquella empresa de pompas fúnebres.

Con razón no le podían pasar al señor de la caja.