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Noche Buena para María
El horno de leña en una esquina de la casa. Paredes encarnadas con imágenes religiosas. Una alacena blanca que guarda tejidos redondos como bases entreveradas que enmarcan tazas de cerámica y vasos de plástico. En la mesa, sobre manteles de colores, descansan testales de maíz que acaban de pasar por el acero caliente; están rellenos de guisos. Hay atole y café. Esta es la casa de María Asunción Becerra Montañez. Este es el recuerdo. Nosotros comiendo lo que ella prepara para vivir en ese ejido enclavado en la sierra, en Cuahutémoc. Pienso en ella ahora que viene la Noche Buena; allá, con sus hijos, con ese cielo estrellado y claro, donde pinos y encinos; un cerdo y sus gallinas, le permiten vivir.
En esa visita, María nos contó que su marido había muerto hacía ya un año y que ya no tenía fuerzas para vivir. Le dimos ánimo y. le pedimos su celular para recomendar sus deliciosos guisos a los caminantes, corredores y amantes de la montaña. La visita ocurrió como parte del taller de poesía sobre naturaleza, un taller que además de incluir actividades y pasar noches entre pinos y elevaciones, tenía como objetivo conocer a la gente que cuida la sierra; una de ellas es María Asunción. De esa viista los muchachos generaron varios poemas, pero lo más importante, vieron a uno de los rostros que ayudan a la conservación de la Sierra de Zapalinamé.
A María la conocí en el 2009, ella colabora con PROFAUNA A.C., es parte de una red de 11 ejidos que trabajan en tareas de reciclaje, reforestación y otras acciones. Integra uno de los grupos de mujeres que ayudan a mantener un orden allá, que nosotros no vemos acá, pero del que sí tenemos beneficios: biodiversidad y agua por ejemplo.
María Asunción fue elegida para ir a la Ciudad de México junto con otras dos mujeres, para hablar de esta labor en un congreso internacional organizado por la UNESCO en su cátedra de Sostenibilidad Barcelona y ONU Habitat, entre otras instituciones. Allí, expuso junto al resto, ejemplos de su trabajo con imágenes, los vasos de cristal resultantes de reusar botellas de vidrio, sus tejidos y una tarea que aquí, en este espacio, no cabe. Regresaron y luego fueron notificadas de una mención honorífica por su trabajo. María fue de los pocos que saludaron personalmente a Rigoberta Menchu, también presente en este evento realizado en febrero pasado. Y dijo que no sabía qué tan importante era lo que estaba haciendo, hasta que escuchó la conferencia de la Dra. Menchu y escuchó testimonios de otras personas que como ella, hacen trabajo desde la comunidad.
Pues bien, María y yo nos volvimos a ver en el festejo del área protegida. Llevó sus gortidas para vender a los visitantes y allí me contó que es una época difícil: la dejaron fuera de programas gubernamentales debido a que no tiene esposo o marido. Sí. Así. Ella dice que de no ser por el apoyo que le da pertenecer a esta red de ejidos y de las comidas que Juan Cárdenas, le consigue para vender a grupos de montañistas, se vería en condiciones más difíciles. Y es que la encargada de dar los apoyos gubernamentales le dijo: -júntate con un hombre para que vuelvas a tener la ayuda. Inaudito. Y es que así es, solo dan despensas y otras ayudas a los jefes de familia, con todo lo vetusto, injusto y discriminatorio que esta posición implica. María dice que como ya la ven “vieja”, por eso no la ayudan. Y que ella no se juntará con ningún hombre. Ya tuvo el suyo. Y como que para qué lo va a querer.
Yo la veo fuerte. Con un par de ojos brillantes que esperan cosas buenas todavía. Sus manos de vainilla tostada entrelazadas mientras conversamos.
Hoy pienso en María. En su Noche Buena con olor a pino y cielo. Con olor a un fuego que ella alimenta, todavía, para mantener cálidos y vivos los recuerdos de su marido, su campo sembrado y el tiempo aquel, cuando sus hijos vivían allí; antes de que todos, salvo uno, llegaran a vivir a esta ciudad.