¡Nunca más!

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¡Nunca más!

Foto: Vanguardia
En cuanto a México, escribo para reclamar a esos insensibles políticos y gobernantes que olvidan a sus gobernados, provocando una peligrosa polarización e intolerancia social.

Ayer el muro de Berlín, hoy el Brexit y Trump; también los gobiernos cínicos e  insensibles; los extremistas y los intolerantes. 

Irónicamente, en un mundo dominado por la tecnología, hoy los cimentos de esos muros se fraguan de las pasiones, las emociones y la brujería de las corrientes de los nacionalistas universales de la izquierda, del medio y de la derecha. Nunca con la razón.

Infiernos globales

Hoy, de Cisjordania a México (3,200 km), once muros -más de 10,000 Km. -  continúan ensombreciendo a la humanidad; son llagas, muros heterogéneos, pero que expresan la esencia de sus constructores: corazones cerrados, atormentados de odio y penas ancestrales, inclusive ajenas. Que revelan almas duras. Miopes. Desgastadas. 

Muros colosales y planetarios que a hierro, fuego y concreto se edifican para convertirse en paredón de inocentes, que se levantan en nombre de Dios o del mismísimo diablo, que también evocan pueblos y personas errantes, laceradas por la desesperanza, arrasadas por el olvido, la crueldad y la indigencia. 

El laberinto

Han pasado casi  27 años, desde que el mundo atestiguó la caída del muro de Berlín, preámbulo del colapso del bloque comunista y la reunificación de Alemania.

Relato este suceso para recordar la infinidad de muros visibles e invisibles que nos pueblan y proliferan, me refiero a esos que separan pueblos, comunidades y personas, que hacen imposible la convivencia armónica; también  me refiero a esas ideologías que nos dividen como mexicanos, que hacen perder lo más por lo menos; que avergonzarían a nuestros ancestros y a los hijos del mañana. 

En cuanto a México, escribo para reclamar a esos insensibles políticos y gobernantes que, por afanes egoístas, de esos cínicos que olvidan a sus gobernados - al México noble y fecundo-  provocando, de paso, una peligrosa polarización e intolerancia social.

Lo evoco para estimular la memoria social, para tomar conciencia de la inmensa barrera que hiere y sangra la frontera norte y de los cientos de inmigrantes que mueren de abandono  en el intento de encontrar un futuro promisorio, el que su propia tierra les niega.

Aludo a este muro de sangre y muerte para que los jóvenes aprecien y custodien su libertad y sepan la urgencia de ser responsables, para recordarles que en nuestro país existen injustificables infiernos y esclavitudes, para percatarnos todos que, mientras continúe la pobreza, la impunidad, la corrupción y el saqueo, la injusticia y la violencia,  viviremos amurallados. Asilados. Padeciendo miedo, impotencia y agónicos delirios, en ese laberinto que Paz nombró de soledad.

La infamia

El muro de Berlín, con una longitud de 155 kilómetros, se levantó en agosto de 1961, su objetivo: dividir en dos a la Alemania de la postguerra. Medía entre 3.50 y 4.20 metros de altura; adicionalmente,  se construyó otro interior,  el espacio entre ambos se llamó “la franja de la muerte”. Permanentemente estaba vigilado por 14000 soldados y 600 perros.
La frontera estaba protegida por una valla de tela metálica, cables de alarma, trincheras para evitar el paso de vehículos, una cerca de alambre de púas y más de 300 torres de vigilancia y treinta bunkers. El muro dividió familias enteras.

Casi 40 mil intentos de fuga se abortaron en la década anterior a su caída. Unas 5000 personas consiguieron cruzar arriesgando sus vidas, pero desgraciadamente murieron entre 136 y 300 personas,  33 de ellas como consecuencia de la detonación de minas.

Mártir

Aún fresco el cemento, el joven Günter Litfin intentó cruzar el canal que lo separaba del sector occidental, fue abatido a tiros el 24 de agosto de 1961: a pesar de haber levantado los brazos en señal de entrega el joven de 24 años, recibió un tiro en la nuca.

Lo significativo no fue mi pregunta, sino la respuesta, Cuando escuché las palabras de Schabowski, creí que había caído el Muro. Fui un miope. No me di cuenta de que en realidad estaba cambiando el mundo”
Riccardo Ehrman, periodista

Cuenta su hermano: «hacía sólo diez días que habían comenzado a levantar las alambradas»,  «si Günter hubiera sabido que esa misma noche se había dado la orden de disparar sobre cualquier fugitivo, nunca lo habría intentado».
Indescriptible crueldad

Un año más tarde, el 17 de agosto de 1962, el mundo se conmocionó al ver las imágenes de otro joven,  Peter Fechter, de 18 años de edad,  que se desangró en la alambrada. Esto ocurrió ante la impotente mirada de los habitantes del Berlín occidental. 

Increíble, pero cierto: como advertencia general, los militares de la RDA decidieron dejar morir desangrado a Fechter, mientras los periodistas, desde el otro lado, tomaban fotos y películas de la inarrable agonía. 
La última ejecución

Al muro le quedaban pocos meses de vida cuando la tragedia lo ensangrentó de nuevo: el 5 de febrero de 1989, los soldados de la Alemania Democrática dispararon y ejecutaron cruelmente a Chris Gueffroy, un joven de  21 años. Fue la última persona asesinada.

La pregunta que cambió al mundo

Riccardo Ehrman, un periodista que trabajaba para la agencia italiana Ansa,  fue quien formuló una pregunta tan embarazosa para el Gobierno de la RDA que precipitó el tránsito libre de ciudadanos a ambos lados de Berlín:
Ese 9 de noviembre se había convocado a una rueda de prensa que tenía la intención  en comunicar que el Gobierno de la RDA iba a permitir que los ciudadanos alemanes del Este pudieran viajar con más facilidad al Oeste, pero nadie les creía, pues en ocasiones anteriores, el régimen había realizado anuncios parecidos que después resultaban totalmente falsos.

Precisamente al final de la conferencia, Ehrman inquirió en voz alta: “señor Schabowski (el alto funcionario de la RDA responsable del comunicado) ¿cree usted que fue un error introducir la Ley de Viajes hace unos días?”.
Ehrman se refería a una ley de permisos de viaje, muy confusa, que había provocado un éxodo de miles de alemanes a través de las fronteras de Checoslovaquia y Hungría.

“Schabowski se puso nervioso”, recuerda Ehrman, entonces, sacó unos papeles del bolsillo, y repitió que, para evitar más líos, los ciudadanos de la RDA podrían ir al Oeste, esta vez sin pasaporte ni visado: sólo mostrando el carné de identidad o un documento parecido. En ese momento, Ehrman no le dejó tomar aire y preguntó: ¿A partir de cuándo? Schabowski consultó los papeles, sin mirarle a la cara, respondió: Inmediatamente.

Ehrman  comenta: “lo significativo no fue mi pregunta, sino la respuesta”, “Cuando escuché las palabras de Schabowski, creí que había caído el Muro. Fui un miope. No me di cuenta de que en realidad estaba cambiando el mundo”.

Camino a la libertad

La gente empezó a derrumbar al muro, “al principio los que cruzaban tenían sus dudas, los soldados no estaban enterados. Pero cuando se conoció la orden y levantaron las barreras, empezó a producirse un éxodo feliz e inesperado: el salto a la libertad, por el cual muchos habían dado la vida, era mera cuestión de caminar.

“Nadie podía creerlo: la gente circulaba de un lado al otro sin que nadie se interpusiera. A los primeros curiosos se sumaron cientos de berlineses que habían oído el rumor; y los cientos pronto fueron miles. A la medianoche, Berlín era una fiesta y el Muro se había convertido en un espectro de cemento”.

Muros invisibles

Existen muros que personalmente podemos derribar: esos que construimos cuando nos cerramos ante los demás y nos dejamos secuestrar por la indiferencia y el egoísmo, cuando buscamos la libertad, pero no la responsabilidad; cuando discriminamos a las personas por ser diferentes o no pensar o ser como nosotros; cuando no respetamos el derecho ajeno; cuando usamos gafas oscuras para ignorar la injusticia y la pobreza; en fin, cuando nuestras ideas y actos, deliberadamente, deshumanizan nuestro entorno inmediato.   

Derrumbar esas íntimas murallas implica construir puentes, lazos que prueben que el amor y la felicidad son realidades posibles, que los muros de la intolerancia y el abandono pueden destruirse y que entonces los errantes, los buscadores de libertad,  de voz, porvenir y anhelos, los condenados de la tierra mexicana y del mundo, puedan vislumbrar razones de vida, esperanza y, tal vez, de alegría.

cgutierrez@itesm.mx
Programa emprendedor 
Tec. de Monterrey, Campus Saltillo