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Ocio, también llamado hueva
¿De dónde nos vendrá a los mexicanos esta tendencia a ociar? Yo digo que nos viene de nuestros antepasados españoles. Las crónicas de los antiguos tiempos -escritas todas por gente venida de la España- afirman que los inditos eran bastante jaladores. Nunca estaban mano sobre mano. Si no se ocupaban en sacarles el corazón a sus prisioneros se ponían a tejer hermosas telas, o a hacer lindos collares con cuentas de jade, o a dibujar códices que ahora están en el extranjero. En cambio los hombres venidos de la Madre Patria no gustaban de otros trabajos que los de la guerra, por lo demás tan eventuales. El resto del tiempo se lo pasaban rascándose el ombligo o partes más sureñas y viendo cómo sus esclavos indios les trabajaban las minas o las tierras. “Iglesia, mar o casa real”. Tales eran los únicos oficios a que aquellos señores aspiraban. Todos tres eran quehaceres descansados: el del cura, el del marino y el del burócrata al servicio del monarca.
Los españoles, en efecto, tenían a deshonor trabajar. Hay una anécdota de cierto cortesano de Felipe Segundo a quien el soberano le encargó que le enseñara el Escorial a un visitante llegado de Inglaterra. Paseó el cicerone al extranjero por los vastos aposentos del ceñudo palacio; le mostró la biblioteca, la capilla, los aposentos reales. Preguntó el inglés:
-Y ¿dónde trabaja Su Majestad?
Aquello fue como si al cortesano le hubiera caído un rayo. Fuera de sí le contestó al imprudente:
-¡El rey de España no trabaja, señor mío!
Los cristianos del medioevo no se bañaban porque el baño era placer del cuerpo, pecaminoso deleite de los musulmanes. Para mostrar que no eran moros huían del agua como de la peste. Isabel la Católica era tan católica que, según se dice, no se bañó más de tres o cuatro veces en su vida. (Pongamos cinco, para no hacer un juicio temerario). Cuando Cortés y sus soldados se presentaron ante Moctezuma los iban sahumando con copal. Se pusieron muy orgullosos los conquistadores, pues pensaron que los inditos los creían dioses. Nada de eso: hacían lo mismo que en Santiago de Compostela se hace con el botafumeiro, gran incensario que se agita sobre los sudorosos peregrinos para disimular su pestilencia.
También por católicos huían del trabajo los antiguos españoles. El silogismo de la cristiana hueva era sencillo: el trabajo produce dinero; el dinero es el estiércol del diablo; ergo, hay que huir del trabajo como del diablo. Con ese devoto pensamiento las razas latinas -y católicas- nos empobrecimos, mientras los germanos y los sajones, protestantes y por lo tanto laboriosos, se enriquecieron. Ni modo, pero, así son las cosas.
Y sin embargo seguimos trabajando más que nuestros hermanos españoles de la península. No tenemos nosotros -al menos todavía- esa notable institución llamada “el veraneo”, por la cual durante un mes se detiene todo en España, hasta el curso de los astros por el cielo, y las ciudades quedan más desiertas que congal en lunes. No tenemos veraneo, como los españoles. Pero a lo mejor no es mala idea. Ojalá los diputados de Morena la consideren.