Oh, país infernal

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Oh, país infernal

Oh, país infernal

En el país infernal,

oh país de pesadilla,

donde reina hace dos mil

años, la Muerte sin prisa

etiqueta los cadáveres

de una época contrita.

Cuenta hasta trescientos mil

y la cuenta no termina,

pues los que se arrastran vivos

sus propios huesos apilan,

se ayudan unos a otros,

unos ponen y otros quitan

y la fila es un ciempiés

que la tierra deshabita.

Que no venga a aleccionarnos

la comisión argentina;

poco saben de cadáveres:

la muerte no deja pistas.

Bien poco les enseñaron

los generales golpistas:

han llorado cuatro décadas

a unos diez mil anarquistas.

Si quiere plantar su cátedra

cualquier plaza a la Catrina

le sirve (yo hablo de México,

no de la India o de China,

pues si allá nacen cual moscas

aquí mueren de tal guisa

que al morir son individuos,

la muerte los dignifica).

 

No hay suficientes panteones:

hoy la Muerte trastabilla

con huesos que a flor de tierra

deja el forense, en la orilla

de ríos y carreteras

que la luz no poliniza

y que algunos vagabundos

clasifican y examinan,

por ver si encuentran entre ellos

a miembros de su familia:

el miedo está en todas partes,

los fantasmas asesinan.

En el país infernal

–oh, país de pesadilla–,

los tráileres refrigerados

que aspiran a la ceniza,

en colonias suburbanas

 

 

vuelven más densa la brisa.

Ojalá que Spencer Tunick

no saque fotografías,

Mengele, médico nazi,

en Jalisco no reviva,

entre cuerpos impolutos

que leve escarcha obnubila,

pues nos matan de vergüenza

esos médicos que apilan

perfiles e identidades

como espectros que se archivan

y que ladren los parientes

cuando consultan las fichas

y no hallan a un familiar

al que han seguido la pista.

Tráileres cargados de cuerpos

que la muerte maximiza

en sus huellas dactilares

porque la carne no es lisa,

tiene aunque blanda y amorfa,

una identidad precisa

que no rae y que no raya

ni Dios, si aplica la vista

en los bultos indefensos

que el olvido certifica.

 

En el país infernal,

oh, país de pacotilla,

todo el año es Día de Muertos

y el Presidente en su Silla

se bambolea, jaloneado

por una racha de brisa,

Harvard le emprestó tecnócratas

y doctorcillos de quinta

que le procuran abismos,

más de los que él solicita,

por entre agujeros negros

de la miseria expedita

que se tragan presupuestos

y programas progresistas,

y la violencia enjoyada

con su séquito transita.

Son ladrones y asesinos

su corte de maravillas:

da el Grito de Independencia

y en la ceremonia cínica,

con la ira que suscita,

es el pueblo quien le grita.