Opinión: Nuestro cruel trato hacia los animales condujo al coronavirus

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Opinión: Nuestro cruel trato hacia los animales condujo al coronavirus

Nuestro cruel trato hacia los animales condujo al coronavirus. (Heather Ainsworth/The New York Times).
Las condiciones que llevaron al surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas son las mismas que infligen horribles daños a los animales.

Por David Benatar

Existe lo evidente y luego lo que debería ser evidente. Lo evidente es que la pandemia del coronavirus ha paralizado a la mayoría del mundo humano. Muchos países están en cuarentena. Hasta el momento, más de 1,7 millones de personas han sido infectadas, más de 100.000 han fallecido y miles de millones viven temiendo que el número de enfermos y muertos se incremente de forma exponencial. Las economías están en recesión, con todos los problemas que eso implica para el bienestar de la humanidad. 

Los mercados de perecederos, que se ubican no solo en China sino también en algunos países de Asia oriental, tienen varias características que los hacen especialmente proclives a engendrar enfermedades zoonóticas infecciosas. Los animales vivos son alojados en condiciones extremas de hacinamiento hasta que son sacrificados en el mercado para quienes los compran. En estas condiciones, las infecciones se transmiten con facilidad entre animales. Como regularmente están trayendo nuevos animales al mercado, una enfermedad puede propagarse a través de una cadena de infección de un animal a otros que llegan mucho después. La proximidad con los humanos, aunada al flujo de sangre, excremento, así como otros fluidos y partes del cuerpo, facilita que los humanos se infecten. Una vez que la transmisión entre humanos ocurre, el resultado previsto es una epidemia, a menos que el problema se contenga rápidamente. El transporte aéreo global puede convertir una epidemia en pandemia en cuestión de semanas o meses, que fue exactamente lo que sucedió con este nuevo coronavirus. 

Son estas mismas condiciones las que facilitan la aparición de nuevas enfermedades infecciosas y a la vez infligen terribles daños a los animales (ser encerrados en condiciones de hacinamiento para luego ser asesinados). En pocas palabras, la pandemia del coronavirus es el resultado de nuestro grave maltrato a los animales. 

Aquellos que piensan que esto es un problema exclusivamente chino en vez de uno humano deberían recapacitar. Hay una gran cantidad de zoonosis que han surgido del maltrato a los animales por parte de los humanos. Por ejemplo, el origen más probable del VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) es el VIS (virus de inmunodeficiencia en simios), y la manera más probable en la que cruzó la barrera entre especies fue a través del contacto sanguíneo de un primate no humano descuartizado para el consumo humano. De forma similar, la variante de la enfermedad Creutzfeldt-Jakob probablemente tuvo sus orígenes en su análogo bovino, la encefalopatía espongiforme bovina (EEB) o enfermedad de las vacas locas. El mecanismo de transmisión más probable fue a través del consumo humano de ganado infectado. 

Lo que este y muchos otros ejemplos revelan es que lastimar a los animales puede conducir a un daño considerable para los humanos. Esta es una razón egoísta —además de las razones morales más contundentes— para que los humanos traten mejor a los animales. El problema es que incluso el interés personal es un motivador imperfecto. Para todo lo que nos ufanamos en llamarnos “Homo sapiens”, el “humano sabio”, demostramos tener muy poca sabiduría, incluso del tipo prudencial. 

Esto no busca negar los numerosos logros intelectuales de la humanidad. Sin embargo, esos logros están combinados con muchas carencias cognitivas y morales, incluyendo la excesiva seguridad en nuestra habilidad para resolver problemas. En general, los humanos responden a las pandemias en vez de actuar para prevenirlas. Intentamos prevenir su propagación luego de que emergen y desarrollar tratamientos para los infectados. La crisis actual demuestra lo absurdo de este método. Lo más cerca que estamos de prevenir una epidemia es el esfuerzo de desarrollar vacunas. Pero incluso este tipo de prevención es una clase de reacción. Las vacunas se desarrollan en respuesta a un virus que ya ha surgido. Como bien muestra esta experiencia con el coronavirus, puede haber una demora significativa entre ese surgimiento y el desarrollo de una vacuna segura y efectiva. Durante ese tiempo, tanto el virus como los intentos para prevenir su propagación pueden generar mucho daño. 

La prevención real requiere tomar medidas desde el principio para minimizar las posibilidades de que el virus u otros agentes infecciosos surjan. Una de esas medidas cruciales sería una valoración más inteligente —y más compasiva— de nuestro trato hacia los animales no humanos, y acciones concurrentes. 

c.2020 The New York Times Company