Me encanta la última edición del diccionario de la Real Academia Española. Me gusta porque en ella los señores académicos, generalmente tan estípticos -estíptico es lo mismo que estreñido-, se mostraron dadivosos, abrieron las ventanas al aire de lo popular, sobre todo de América Latina, y recogieron por fin vocablos muy usados por Su Majestad el pueblo a los que sin embargo la docta corporación negaba reconocimiento.

Una de esas palabras es el mexicanismo “pamba”. Ya no pone “mejicanismo” la Academia, dicho sea entre paréntesis. Don Alfonso Junco, ilustre regiomontano a quien se tiene en un injusto olvido, sostenía que se debe escribir “Méjico”, no “México”. Yo, con la audacia que la juventud y la ignorancia dan, me atrevía a contradecir a ese gran intelectual. Defendía yo la equis, que algo tiene de cruz y de calvario, y con desparpajo le hacía a don Alfonso la inocente broma de dirigirme a él escribiendo con equis su apellido: Xunco. Eso, entiendo, lo divertía mucho en vez de molestarlo.

El término “pamba” no aparecía antes en el diccionario. Ahora sí viene, pero con una definición que creo errónea. Señalan los académicos: “Pamba: Paliza; serie de golpes”. Pienso que no es lo mismo darle una pamba a alguien que darle una paliza. La paliza es algo muy serio y contundente; con ella se busca hacerle daño a aquel que la recibe. La pamba, en cambio, es un castigo más bien simbólico que se inflige a quien ha hecho algo que disgustó al grupo. La paliza puede ser individual: un hombre le puede dar una paliza a otro. La pamba, en cambio, es acto colectivo. Juan o Pedro da una paliza. La pamba la da siempre Fuenteovejuna, es decir todos a una.

Por su carácter simbólico la pamba no es una paliza que se da con palos: se da en la cabeza con la palma de la mano, y procurando -a menos que haya mala intención o cobardía- no hacer demasiado daño al pambaceado. La pamba es una especie de horcas caudinas que debe sufrir quien se apartó del grupo y no acató su decisión. Ejemplo: el grupo decide no entrar ese día a la clase de cierto maestro. Uno de los alumnos entra. Recibirá una pamba que le enseñará el valor de la solidaridad.

Vocablo parecido a “pamba”, pero sin aparente relación con ella, es “pambazo”. Esta voz no la registra el diccionario, y por eso merecen pamba los insignes académicos. El pambazo es, originalmente, un pan de mala calidad, hecho con harina inferior, y por lo tanto barato, para la gente pobre. Su nombre viene del italiano: sería “pan basso” es decir, bajo. Entiendo que ahora un pambazo es un pan relleno o untado con cualquier manjar sabroso y popular.

Tampoco recogerá nunca el lexicón de la Academia otro lindo regionalismo yucateco que a mí me divierte mucho y me hace pensar más. Me refiero al vocablo “panfué”, delicado eufemismo usado en Mérida para no decir “caca”. Panfué... O sea, esto que ahora ves, apenas ayer fue pan. Hay mucha miga en esta voz y en esa idea. Al escuchar la palabrita acude a mi memoria aquella filosófica cuarteta recogida por nuestro paisano Armando Jiménez en su famoso libro “Picardía mexicana”. Mi tocayo halló esos versos, como muchos otros, en la pared de una letrina o excusado. Dicen así: “Cuando llego a este momento / me pongo a considerar / lo caro que está el sustento / y en lo que viene a parar”.

Filosofía. Filosofía pura.