Paparazzi de celular

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Paparazzi de celular

Cuando murió Diana de Gales, el discurso que pronunció su hermano Charles Spencer estuvo orientado a dos ejes: uno de ellos, el compromiso de permanecer en el cuidado de los hijos de la princesa, y el segundo, a la prensa sensacionalista.

Spencer pronunció sus palabras de despedida a su hermana en la abadía de Westminster, a seis días de su muerte ocurrida el 31 de agosto de 1997. Fue directo y duro con la familia real, y lo fue también con la prensa sensacionalista. Con la primera, fue claro en señalar que la familia Spencer se comprometía a seguir formando a los hijos en el espíritu libre que ella les había diseñado para su futuro, y aunque respetarían los deberes propios de la realeza, no permitirían que William y Harry fueran ahogados en ellos.

Diana, dijo el conmovido hermano, era una niña que llevaba el nombre de una diosa griega de la antigüedad que se convirtió en la más perseguida de la era moderna. Esa persecución a la que hizo referencia el conde Spencer hizo que muriera la noche de ese 31 de agosto, víctima de los paparazzi: seis fotógrafos y un motociclista de prensa la acosaban para seguir cada uno de sus movimientos.

Reflexionando en ello, a veinte años de la muerte de Lady Di, pensamos en las diferencias de la comunicación actual. Mientras en esos años todo se esperaba de la prensa, hoy por hoy, los medios de comunicación a los que tenemos acceso, en el caso específico de las redes sociales, han ensanchado aún más las posibilidades de entrar en los mundos más personales.

Han variado las formas que tenemos de acceder a la información, pero sigue siendo fundamental el pensar hasta dónde llegan los límites. Los límites, en el caso de la princesa Diana, se vieron, como nunca quizá con otra persona, excedidos en todos sentidos. Ella era mucho más fotografiable por la magia y naturalidad que emanaba que cualquiera de los miembros de la clase real de Gran Bretaña. Ella había robado el corazón de los británicos y había que seguir sus pasos por dondequiera que fuera y registrar sus gestos en todo momento.

Los límites a imponerse en la transmisión de información, así como a la hora de emitir juicios u opiniones, tienen que ver directamente con los de la ética. Así sea en los tradicionales medios de comunicación, como en todas las redes sociales a nuestro alcance, en donde se fuga cualquier cantidad de difamaciones o mentiras.

Los medios de comunicación de entonces hicieron de Lady Diana una víctima de su propia belleza, simpatía y naturalidad. Hoy las redes sociales tienen el enorme poder de denostar a alguien, humillarlo o violentarlo. Sería importante que la regulación de las redes sociales empezara a tomar forma.

Por supuesto, manteniendo la libertad de expresión, pero hasta el punto de que esta libertad de expresión no sea la causante de daños morales permanentes en personas o personajes inocentes de los actos o dichos que se les imputan. Porque ahora es fácil lanzar el dardo y quedarse tan tranquilo como siempre, mientras la persona injuriada lucha por sobreponerse al daño moral ocasionado.

El buen ejercicio de una libertad de expresión responsable y comprometida debe alcanzar ya a las redes sociales.

Una vista de Arteaga

¡Qué pueblo más encantador este viernes por la mañana! Los mismos árboles, tendidos a lo largo de la acequia, que dejara Nicolás Moreno retratados en sus telas: aquellos que vio por vez primera un verano del año 2000 y que le hicieron brillar los ojos de emoción.

Esos mismos que vio mi madre de pequeña y que recuerdo en la niñez: hoy forman un tupido bosque que a esta hora, las 3:00 de la tarde, en un día de invierno, ofrecen una sombra cerrada y recuerdan los de aquella umbría Alameda a la que cantó, en su San Luis Potosí, el poeta Manuel José Othón.

La placidez de las calles; la serena posada de quesos y dulces y mermeladas.

El Nacimiento en la iglesia de San Isidro Labrador, y el hombre que abre las puertas de este recinto, dejando entrar la luz a raudales y un calorcillo muy parecido al del verano.