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‘Paradiso’: La Imagen en Fuga I
Máscara y río, grifo de los sueños.
José Lezama Lima en “Muerte de Narciso”
Gracias a los 50 años de la publicación en Cuba de “Paradiso”, la novela monumental del poeta habanero José Lezama Lima (1910-1976), he regresado una vez más a su obra, que siempre leo con admiración y estupor. También he visto de nuevo la película “Fresa y chocolate” (1993), con la que Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío rinden homenaje al más grande poeta contemporáneo de la Isla.
Adaptación de un cuento del escritor cubano Senel Paz, la película narra la historia de un bello desencuentro: Diego es un culto gay (Diego) que pretende seducir a un joven activista (David), fanático de la Revolución Cubana. La seducción se cumple, pero no de la manera que Diego desea: entre ambos se establece una amistad que los lleva a discutir temas no sólo importantes para ellos: la índole de esa revolución, el dogma pseudo-marxista, la otra opresión, la homofobia, la ilusoria “libertad de expresión”, la cultura y la vida en esa Isla, la realidad del socialismo…
La figura de algunos sustanciales artistas cubanos gravita sobre estos personajes –y algunos más-: los compositores Ignacio Cervantes y Ernesto Lecuona, los escritores Clemente Zenea, José Martí y, por supuesto, Lezama Lima, entre otros. El actor que barre la pantalla con su presencia y su trabajo es Jorge Perugorría (Diego), quien con su encantadora mariconería hace saber al joven revolucionario que no es tan frívolo como parece y se convierte en una suerte de mentor cultural para él.
En el pequeño departamento de Diego y ante una fotografía enmarcada de Lezama Lima, David le pregunta: “¿Es tu papá?” Diego, atragantándose con un sorbo de té, dice algo así como esto: “Ay, niño, eres un encanto”, para luego explicar quién es el hombre del retrato; promete que un día hará para él, para el atractivo socialista, un “almuerzo lezamiano”.
Diego se refiere, evidentemente, al capítulo VII de “Paradiso”, en el que el poeta cuenta, entre una selva de imágenes fosforescentes, el almuerzo que Doña Augusta -abuela de José Cemí, protagonista de la novela- ofrece a la familia casi como una ceremonia de despedida. Ese capítulo VII inicia así: “La casa de Prado, donde Rialta seguía llorando al Coronel, se expresaba por las dos ventanas de su pórtico…” Rialta Olaya y el Coronel José Eugenio Cemí son los padres de José Cemí, alter ego del propio Lezama Lima.
Pero ¿en qué consiste “Paradiso”, qué se narra en esta novela que muchos han definido como “la condensación del sistema poético lezamiano”? “Paradiso” es, quizá, lo que el teórico ruso Bajtín llamó una “novela polifónica”, esto es, múltiple, poliédrica, de un discurso narrativo no convencionalmente progresivo: un relato cuya historia se mueve en varios planos temporales.
Para el grueso del público “Paradiso” es una novela inaccesible porque no se cuenta en ella una historia de modo tradicional, como ocurre en Balzac, en Dumas, en Stendhal, sino que entre un capítulo y otro hay saltos cronológicos desconcertantes hasta que, a partir del capítulo XII, nos encontramos con uno verdaderamente mortal: el autor parece abandonar lo que venía contando y pasa al relato simultáneo de varias historias que, de algún modo subterráneo, guardan alguna relación con todo lo anterior.
No es éste el único problema para los lectores. Lezama Lima es uno de los grandes poetas de América Latina, uno que hizo del Barroco, su estilo. Así, el idioma al que nos enfrentamos en “Paradiso” y en el resto de su obra poética y ensayística es un español caribeño constelado de Góngora, Quevedo, filosofía, hermetismo, surrealismo y giros lingüísticos propios de La Habana.
Pero cuando hablamos de “barroco” y de “surrealismo” en Lezama hay que tener cuidado: tales corrientes estéticas son asumidas por el poeta de una manera bastante sui generis. Por eso –por su obra- muchos estudiosos hablan desde hace algunas décadas de “neo-barroco”. Y en cuanto al surrealismo, hay que ver cómo lo asimila un poeta como éste, que apenas salió de la Isla dos veces, una para visitar México y otra para pasar una breve temporada en Jamaica.
El resto de su vida transcurrió en la casa de la mítica calle Trocadero marcada con el número 162, hoy “Casa Museo Lezama Lima”, en La Habana Vieja. El poeta se entusiasmó al principio con la Revolución, pero cuando él y muchos otros empezaron a darse cuenta de la metamorfosis de esa revolución “socialista” decidieron, cuando fue posible, abandonar la Isla. Su familia lo hizo. Lezama se empeñó en quedarse. ¿Por qué? Muchas respuestas forman parte de la leyenda: Lezama adoraba la figura de Fidel Castro, Lezama amaba recorrer el Malecón en busca de aventuras… Todo esto puede ser interesante si se tratara de echar un ojo a la vida íntima del poeta, pero no es éste el caso.
En la casa de la calle Trocadero 162 el artista fue desarrollando una obra que deslumbraría a muchos autores de América y no pocos de Europa. Sus libros de poemas –“Muerte de Narciso” (1937), “Enemigo rumor” (1941), “Aventuras sigilosas” (1945), “La fijeza” (1949), “Dador” (1960)…- y sus ensayos –“La expresión americana” (1957), “Las eras imaginarias” (1971)…- desembocan en “Paradiso” y en lo que sería una continuación de ésta, “Oppiano Licario”, publicada de manera póstuma en 1977.
Al menos dos nociones son imprescindibles para iniciar el camino hacia la comprensión de “Paradiso”: lo que el poeta denomina “ritmo hesicástico” y conocimiento “hipertélico”. Pero no hay modo de manipular estas claves si no tenemos una lectura de su poesía, y si se puede, de sus trabajos ensayísticos, tan abstrusos y oscuros para muchos como sus poemas.
“Paradiso” es, en cierto sentido, una “novela de formación”. Lezama Lima cuenta su propia historia y para ello emprende el camino hacia el “paradiso” de la infancia y la adolescencia. Otros lo han hecho. Marcel Proust entre ellos, con quien Lezama ha sido equiparado en muchos rasgos: como el francés, el poeta cubano era asmático; como aquél, fue también un homosexual tremendamente reprimido por las circunstancias; como el autor de “En busca del tiempo perdido”, estuvo rodeado siempre de un dominante amor femenino.
La novela de Lezama cuenta la formación de José Cemí, su infancia, sus años adolescentes, su estancia en la universidad, en “Upsalón”, como es llamada en el libro; narra y describe su entrada en el mundo de la poesía y el conocimiento, también en la sexualidad. Al mismo tiempo, la novela es el registro de una época anterior a la Revolución, la evocación de una edad mitificada por el autor y la exposición de una teoría de la imagen poética como una totalidad vital.