‘Patria, patria, tus hijos te juran…’

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‘Patria, patria, tus hijos te juran…’

Educarnos en la democracia no ha sido asignatura relevante en un País como el nuestro, por ello ha sido tan fácil que cualquier politiquete, cualquier vivales avezado en la operación política pueda manipular voluntades y salirse con la suya en demerito y daño de la población en general. 

Hacer un ejercicio de reflexión, análisis y autocrítica nos traería beneficios como sociedad y otra actitud sería la nuestra hacia la clase política de la que nos quejamos –con justificada razón– generando al fin una vinculación que infortunadamente no se ha dado en los términos en que si resulta positiva para los gobernados.

La clase gobernante, de todos los colores, está viviendo en estos tiempos una repulsa casi uniforme de los mexicanos, en mucho, porque no se han ocupado de hacer política de manera distinta a la establecida por el viejo sistema priista. 

La política es de diálogo inteligente, en el que escuchar puntos de vista diferentes a los propios debe privilegiarse, porque nadie trae la razón inmersa en su persona. La política es el arte de escucharse para alcanzar consensos y superar diferencias, y debe estar implícita en ella la voluntad para que así suceda. La corrupción imperante se ha vuelto ordinaria, pero a muy pocos levanta ámpulas, y esto está mal porque lo que genera es devastador. El ilustre ensayista, filósofo y profesor de ética español don José Luís López Aranguren decía refiriéndose a los gobiernos corruptos, que su actuación: “oscila entre una abierta repulsa de la moral y la pretensión de presentar la política, no como opuesta a la moral, sino como independiente de ella y regida por leyes estrictamente ‘técnicas’, es decir, éticamente neutrales”. Esto da lugar a que valores sustantivos de la  democracia, como la libertad, la inclusión, la tolerancia, etcétera, se conviertan en medios de control. 

Bajo su égida, la libertad del dinero y de los mercados se pone por encima de la libertad política y la tolerancia se sustenta en el relativismo moral, y esto, dicho en palabras llanas, equivale a que en nombre de la tolerancia se vale hacer de todo y que todo es negociable.

El sistema político imperante sintetiza el modelo perfecto de la corrupción institucionalizada, defensor a ultranza de los intereses que la nutren, concertador sin rival de los entresijos gubernamentales que la hacen posible y beneficiario número uno de la arena circense en que han convertido la vida pública de nuestro país. Su habilidad en estos menesteres ha generado un desorden ético de proporciones inconmensurables, avasalla cualquier acción en contrario, esto de tan descarnado hasta parece inverosímil. La corrupción en nuestro País es ordinaria, dolorosa e insultantemente ordinaria. Y este carácter es precisamente el que la ha vuelto imbatible. Aunque el sistema instaurado por el priismo destile deshonestidad, es increíble cómo ha podido mantenerse en el poder sin despeinarse siquiera, y es que está diseñado para evadir el análisis del despropósito en el que vivimos, simplemente lo simplifica. Nunca se va al fondo del problema, todo gira en torno a lo de encima; son maestros en anular alternativas de solución y “resuelven” en base a lo que es conveniente a la salvaguarda de sus intereses. Su red instrumentada para corromper y comprar funciona al 100 por ciento, así han logrado la “estabilidad” política, así han conseguido perpetuarse en el poder, no obstante los dos interludios azules. Su vuelta a la silla, y por cierto, no con el más brillante de sus cofrades –al cabo que al grueso del electorado esa ausencia no le perturba el sueño– se dio con más fuerza y aquí están, una minoría uniforme, compacta, porque eso es el PRI, riéndose y fastidiando a una mayoría fragmentada que todavía no se convierte en nación, circunstancia que explica su vulnerabilidad. Bocadillo, canapé, friturita para el zorro trampeado, gozo para el desalmado que mata riéndose.

El partido que pretenda ser alternativa para los mexicanos ahora que la renovación de poderes está en puerta debe evitar los posicionamientos ambiguos y olvidarse de complacencias a unos y otros. Tiene la obligación de ofrecer soluciones claras y contundentes a los problemas de hoy, con plena conciencia de que a muchos no van a gustarles y que aumentará el número de sus oponentes de todos los colores. Tampoco debe esperar a llegar al poder para ir dándole forma a los “cómos” va a cambiar a México, tiene que empezar a bosquejarse en los hechos. Asimismo, un partido que quiera ser tomado en cuenta por un electorado que está hasta la coronilla de las verdades a medias y de las mentiras completas, debe destacar sus principios y a partir de ellos posicionar sus propuestas sobre educación, seguridad, justicia, salud, buen gobierno, estado de Derecho, etcétera. La congruencia es requisito sine qua non para regenerar la credibilidad, que es prima hermana de la honestidad, tan despreciada por los filibusteros gobernantes.

Dice el escritor norteamericano Richard Bach, autor, entre otros libros, de “Juan Salvador Gaviota”, que: “no es el desafío lo que define quiénes somos ni qué somos capaces de ser, sino cómo afrontamos ese desafío: podemos prender fuego a las ruinas o construir un camino a través de ellas…”. No hay mucho para dónde hacerse, o nos atrevemos o seguimos vegetando en medio de una pudrición escandalosa. Y si no nos importa hacerlo por nosotros, me parece que sería un acto de solidaridad humana sacar las agallas y atrevernos por los que vendrán.

¡Que viva México!