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Pavadas
Es necesario emborrachar al cócono. La tía le administra con gotero una muy competente dosis de tequila. El guajolote se alegra con las libaciones, pero no sabe que lo agasajan así para matarlo: el tequila -mejor habría sido vino blanco, jerez, u oporto, dice la tía Amelia- evitará que la carne del guajolote se haga dura por efecto del susto de la muerte. La criada Goya consumará la ejecución. Goya sabe las cosas de la vida, y por lo tanto sabe también las de la muerte. Pone una tabla en el lavadero y coge el hacha de la leña.
-Deténganmelo -dice con voz profesional.
Alguien agarra al cócono por la cabeza, otro le estira las patas, y Goya da el hachazo con eficiencia que habría envidiado el verdugo de Enrique Octavo. El guajolote escapa de las manos de quienes lo detenían y corre descabezado por el patio. Ya no recuerda el niño el sabor de aquel pavo cocinado con elegancia por la tía Amelia, pero no olvida la visión del pájaro negro corriendo sin cabeza por el patio.
Pasan los años -ése es su principal quehacer- y hace algunos el mismo niño, más crecido, fue a perorar en Nuevo Casas Grandes, en Chihuahua. Es la primera vez que va, y queda fascinado por esa remota población. En ella comienza, por el Norte, la gran sierra.
Casas Grandes es sitio de mormones. No de menonitas, entiéndaseme bien: de mormones. Se establecieron ahí hace muchos años, con un permiso que consiguieron en el siglo diecinueve del gobierno liberal. Su mejor colonia, próspero sitio de lujosas casas, lleva el nombre de Juárez. Ahí están levantando los mormones un espléndido templo, coronado -como el de Salt Lake City- por un dorado arcángel que lanza al viento el son de su trompeta.
Quien esto escribe siente simpatía por los mormones. Alguna vez narrará algo de cuando llegaron a Saltillo. Los mormones son gente laboriosa; su vida hogareña es ejemplar. Quienes viven en Nuevo Casas Grandes son ya mexicanos, y han renunciado a las antiguas prácticas de poligamia que alguna vez usaron los varones de su Iglesia. Pero hay una comunidad cercana, llamada Lebaron, en donde aún subsiste la costumbre de que un hombre tenga varias esposas. Me hablaron de un señor que tiene tres, y más de veinte hijos con ellas. Cuando van en familia al Cine Variedades forman un espectáculo mejor que la película.
Quise saber por qué, si la bigamia es un delito, ese señor no tiene problemas con la ley, y me explicaron que en Chihuahua la bigamia no se persigue de oficio, sino por denuncia de parte ofendida (o insatisfecha, al menos), y nadie ha denunciado jamás a un mormón bígamo. Bendito sea Moroni.
El viajero es invitado a visitar la gran planta empacadora de pavos que tiene en Nuevo Casas Grandes el señor Parson, mormón él. Dos millones de pavos fueron sacrificados y empacados ese año -ahumados unos, crudos otros, congelados todos- para ser vendidos en Estados Unidos y México. Doce mil pavos pasan cada día por la línea de producción. Entran a ella colgados por las patas; llegan a una compuerta en donde reciben fuerte descarga eléctrica que los priva del sentido, sin matarlos; luego un infalible ejecutor les corta la yugular; se desangra el pavo; una máquina lo despluma; se le sacan las vísceras; se le lava muy bien y pasa al cuarto de congelación. Menos de 10 minutos pasan desde que el pavo entra vivo hasta que sale de la planta ya congelado y empacado.
Cambian los tiempos, cambian. Ayer Goya con su hacha, y el cócono corriendo sin cabeza por el patio; hoy esa planta industrial de donde salen pavos por millones. Pero a los ojos del escribidor la Navidad sigue siendo la misma. Algo debe quedar de ella, pese a la pandemia, para que algo quede de nosotros.