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Petróleo y Semana Santa; todo se ha modificado por la emergencia que nos asiste
Fue una Semana Santa atípica. Pascua atípica. Diferente. La vida es diferente y atípica toda. El virus chino vino a dar al traste con la convivencia y la oración en la Iglesia y templos cristianos. La gastronomía se ha modificado también. Es decir, lo que usted tenga en casa y a la mano, eso será una buena comida con los suyos. No podemos ponernos exigentes ante la emergencia de nuestros países y nuestro mundo.
Es tiempo de lentejas. Un plato de lentejas. Si algún día me caso o bien me quedo con buena mujer (caray, casi algo imposible por los tiempos que nos asisten) y hago vida conyugal con ella de tiempo completo, hay sólo dos o tres platillos que le pediría cotidianamente: un plato de lentejas, pasta de cualquier tipo y con cualquier aderezo o salsa, y pollo a la naranja. Nada más. Mi paladar es exiguo, tal vez. Pero mi tirada de naipes está ancilada en los olores y sabores de mi infancia, cuando mi madre cocinaba eternamente en el fogón familiar y junto a ella, nosotros, sus hijos, disfrutábamos sus manjares.
Y hoy, justo hoy, al pasar Semana Santa, Semana Mayor, amén de recordar a mi madre viene también a mi memoria este tiempo anudado al verbo ardiente de mi maestro Antonio Usabiaga, quien en sus incendiarias homilías dominicales en la Iglesia de Fátima, voz de trueno, espetaba que la Semana Santa no era un menú ni una orden de comida a la carta, mucho menos una dieta. Con el paso de los años y las generaciones, la llamada Semana Mayor para los católicos ha perdido su significado primigenio y se ha visto reducida a dos significantes: un periodo vacacional y un menú; una dieta que por una semana al año abomina de la carne roja e incluye al pescado como alimento vertebral. Pero todo se ha modificado por la emergencia que nos asiste: lo que usted tenga en su refrigerador, eso será un buen alimento.
No pierda entonces la meditación y el rezo dilatado; en el camino hemos dejado de lado la lectura y las oraciones. Ya sin brújula caemos en la farsa de que la mejor manera de “celebrar” la Semana Santa es comer todos los días pescado y ayunar –casi en el borde de lo extinción– como una especie de flagelación, la cual nos librará de nuestros pecados recurrentes. No lo haga, por favor. Menos ahora que debemos estar bien alimentados.
Quien piense que los Evangelios son un libro está en un craso error. Los Evangelios no son un libro, son un plan salvífico de vida que Dios tiene para los humanos, sean creyentes o no. ¿Quién no lo sabe? El gran pacifista Mahatma Gandhi peregrinaba, enseñaba con el ejemplo y practicaba su doctrina pacifista despojado de joyas, ropajes ostentosos e incluso sólo vestía ligeras túnicas con un infaltable morral a un costado. Pero, pocos saben que el venerado Gandhi sólo traía un libro en dicho bolso: los Evangelios de Jesucristo.
ESQUINA-BAJAN
Días de guardar (ahora obligadamente), pero también días de tortitas de camarón, platos de lentejas, pescados preparados en variados e inigualables estilos y sazones; tortas de atún, papas lampreadas, guisos de flor de calabaza, los infaltables nopalitos, ese postre dulce y barroco –eminentemente norteño, pero el cual lo reclaman en casi todo el país– llamado capirotada y ese guiso con nombre y sabor a infancia: chicales. Chicales, ¿a qué comida remite al lector tan saltarín nombre?
El escritor regiomontano Ricardo Elizondo Elizondo en su “Lexicón del Noroeste de México”, apunta que el “Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española” no registra la palabra; el “Diccionario Básico” no la inscribe y el “Diccionario de Mejicanismos” sólo registra chical y apunta que por el oriente de México es una jícara; mientras que en Zacatecas y Coahuila, con valor traslaticio, la misma jícara se convierte en ración de comida. Lo bien cierto es que los chicales (elote desgranado y cuidadosamente tratado) es un guiso en ocasiones con carne y chile colorado con un aroma y un sabor norteño inconfundible. Pero, mientras usted y yo medio pasábamos estos días lerdos y mustios de Semana Mayor, ¿supo usted lo que pasaba en el mundo y nuestro ridículo y desfiguro como país, país entendido y entronizado en un sólo hombre: Andrés Manuel López Obrador?
Claro que usted lo sabe: ante un mundo en ruinas, el precio del petróleo ha caído hasta sus niveles más bajos históricamente. Mientras la Semana Santa se desarrollaba virtualmente (ya todo es virtual), el jueves 9 y viernes 10 de abril el mundo pendía de un hilo de cordura: la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo, liderados por Arabia) y Rusia habían llegado a un salomónico acuerdo para detener la caída prolongada del precio del crudo en tiempos de recesión mundial por la pandemia del coronavirus. Reducir la oferta del petróleo, reducir la producción para levantar los precios y equilibrar el mercado. Luego de nueve horas de debate y discusión, el jueves 9 –y de pronto– la representante mexicana y voz de la reunión virtual a distancia, la secretaria de Energía, Rocío Nahle, había abandonado la reunión, negándose a participar en el acuerdo. ¡Puf!
Es decir, se le había propuesto a México reducir su producción en 400 mil barriles diarios. A lo cual la necia de Nahle, una de las hijas predilectas de Andrés Manuel López Obrador, se negó y abandonó la reunión sin votar luego de nueve horas de discusión. Un ridículo tremendo. Tanto el peso frente al dólar como el precio de la mezcla mexicana se fueron al caño del abandono. Para el viernes 10, sábado 11 y domingo 12 siguieron las negociaciones. Por fin México cedió: reduce su producción en sólo 100 mil barriles. Estados Unidos de Donald Trump aportará 300 mil barriles que México no quiso disminuir. La pregunta, ¿a cambio de qué?
LETRAS MINÚSCULAS
Con AMLO y su equipo no hay seguridad ni certeza jurídica para los grandes negocios de frente al mundo. Son ratoneros. Así de sencillo.