Usted está aquí

Peyote

Recuerdo a un chef español que llegó a estas tierras hace más de 12 años. Él había leído al antropólogo Carlos Castaneda, quien escribió sobre el uso de esta planta enteógena: Lophophora williamsii, mejor conocida como peyote. Este hombre venía con toda la disposición a consumir la planta pues luego de sus lecturas –dijo-, conocía lo necesario para tener una experiencia. Llegó a casa de un mexicano que decidió llevarlo al desierto coahuilense para encontrar a la planta.

Desde que vi cómo hizo cara de asco cuando probó los nopales debido a su consistencia, supe que no le iría nada bien. Además, no estaba interesado en los rituales, únicamente quería encontrar la planta lo más pronto posible. Y qué son los rituales sino sistemas mediadores generados por pueblos que a través de milenios consumen estas plantas. Los rituales por un lado controlan el uso de la planta –protegiendo su biodiversidad - y por el otro, evitan un consumo excesivo sin sentido. Y los seres humanos somos para dicha o desgracia, seres interesados en el sentido de las cosas.

Yo iba acompañando al dueño del pequeño rancho en el desierto, quien además era el amigo del chef. Estaba un poco incómoda con esta incursión, pero me limité a observar. Para empezar, llegamos ya cayendo el sol, no hubo ayuno ni ritual alguno. Le advertimos que la planta sólo podría ser consumida por él, si él mismo la encontraba. Caminamos un poco, el chef estaba irritado porque no encontraba nada. Algunos integrantes del grupo sí encontraron la planta, pero no pensaban ingerirla. El dueño del rancho decidió darle las plantas que había encontrado para que se calmara. Ese fue el segundo error. Sobra decir que desatinadamente mezcló las cabezas de peyote con jugo de pasa de uva en una licuadora (por respeto, esa planta se corta con madera al menos). Al ingerir el resultado se la pasó fatal, se arqueaba de asco y al final comenzó a devolver el estómago, así se la pasó, sentado en un sillón y con una tina a un lado. Si de visiones que provoca la ingestión de esta planta hablamos, el chef dijo que veía un mosquito inmenso, más grande que un niño, parado sobre la tela mosquitera de la puerta de la entrada. Eso lo mantuvo sin deseos de abrir la puerta. Luego se quejó amargamente y por supuesto dijo que Castaneda y la planta eran un fraude.

Fraude es una palabra aplicada incorrectamente. O tal vez no para él, pues parece que hubiera pagado boleto de admisión a un espectáculo. Pero este es el signo de los tiempos y del sistema mundo en el que nos movemos.

Además, se busca rapidez y placer. Rutas cortas que son imposibles para conectar con toda la complejidad de redes bioculturales que existen y dan sentido a estos usos de planteas enteógenas. Son rituales prolongados que además de exigir tiempo, requieren apertura y comprensión de la otredad o de la diversidad en la que no nos hemos entrenado ¿o sí?

Al respecto, tenía qué ser un poeta mexicano contemporáneo –así como Antonin Artaud, quien estuvo con los rarámuri-, el premio Nobel de Literatura Octavio Paz, quien escribiera sobre los enteógenos en el libro Corriente alterna, lo siguiente: “Son un desafío a las ideas de actividad, utilidad, progreso, trabajo y demás nociones que justifican nuestro diario ir y venir. El alcoholismo es una infracción a las reglas sociales; todos la toleran porque es una violación que las confirma. Su caso es análogo al de la prostitución. Ni el borracho ni la prostituta ponen en duda las reglas que quebrantan. Sus actos son un disturbio, una alteración del orden, no una crítica. En cambio, el recurso a los alucinógenos implica una negación de los valores sociales y es una tentativa, quimérica sin duda, por escapar de este mundo y colocarse al margen de la sociedad.” Más delante dice: “Puede entenderse ahora la verdadera razón de la condenación y su severidad: la autoridad no obra como si reprimiese una práctica reprobable o un delito sino una disidencia. Puesto que es una disidencia que se propaga, la prohibición asume la forma de un combate contra un contagio del espíritu, contra una opinión. La autoridad manifiesta un celo ideológico: persigue una herejía, no un crimen”.

En este sentido, tal vez nosotros, como el chef español, solo estemos preparados para beber alcohol, café, altas dosis de azúcar y harina refinadas, ya que estos elementos están integrados a nuestros usos cotidianos y anclados en un sistema publicitario circunscrito perfectamente en el marco legal.  Así, es comprensible que el peyote, considerado una planta sagrada para naciones y bandas nativas en México, Estados Unidos y Canadá, sea considerado un espectáculo o una mercancía. Muy lejos estamos de comprender los complejos y variados rituales que existen. Y muy cerca de estigmatizarlos y perseguirlos.

claudiadesierto@gmail.com