Pitiquito

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Pitiquito

Especial

-¡Ándale, córrele, búllele! -le grita una niña a su hermanita, que se ha quedado atrás.

Estoy en Pitiquito, población de 3 mil habitantes en el noroeste de Sonora, ya cerca de Caborca. He sido invitado por el Cobach. Este nombre parece el título de un cacique yaqui, o mayo, pero no: Cobach se llama el Colegio de Bachilleres del Estado, Plantel Pitiquito. Tiene 150 alumnos esta escuela, que ocupa una vieja casona del pequeño lugar. Los muchachos son altos y espigados; las muchachas se parecen todas a Briggitte Bardot. Podría uno cerrar los ojos -no dan ganas-, seleccionar a cualquiera de ellas al azar e inscribirla en el concurso de Miss Universo. Saldría por lo menos en segundo lugar. Tienen esas lindas muchachas nombres muy sonoros -son de Sonora- y de difícil ortografía: Adalynn; Yahjimel, Luann.

La directora del Cobach es muy joven. Ella se llama Migdalia. Todos los profesores son igualmente cortos en edad. Me dice uno:

-Yo soy el que subo el promedio. Tengo ya 36 años.

Para llegar a Pitiquito debe uno volar de Monterrey a Hermosillo, y luego ir por carretera de doble vía hasta Santa Ana. Se hace ahí una parada obligatoria  para comer una de las enormes milanesas -de un cuarto de hectárea cada una, calculé- que vende el Restaurante Elba, equivalente del Tena en el Saltillo de los años cincuentas. De ahí a Caborca. Antes de llegar a Caborca se encuentra Pitiquito.

En Pitiquito sucedió un acontecimiento memorable que bastaría para poner el nombre de la población con letras de oro en los anales de la Historia Nacional. Casi nadie conoce ese suceso. Yo lo supe por el Cronista del lugar, don Benjamín Lizárraga. Cuando el general Pershing entró en territorio mexicano con su famosa Expedición Punitiva para castigar a Pancho Villa por el asalto de Columbus, los pitiquiteños ardieron en patriótica indignación. Recordaron el mas si osare del Himno Nacional y se reunieron todos en la plaza pública. Conque expedición punitiva ¿eh? Pos ya verían los gringos.

Fueron a sus casas y se armó cada uno con lo que pudo: el rifle venadero, la escopeta para cazar conejos, la vieja carabina con que el abuelo se defendió de los apaches. Montaron aquellos Quijotes del desierto en sus cansinos Rocinantes y se dirigieron en dirección al norte. Su propósito: internarse en los Estados Unidos en una expedición punitiva para vengar el agravio de la Expedición Punitiva.

Ya iban a cruzar la frontera, con lo que se habría armado la de Dios es Cristo, pero el aviso de lo que sucedía llegó a Hermosillo y una tropa de soldados federales acudió apresuradamente a detener a los pitiquiteños. Se devolvieron éstos de muy mala gana, diciendo pestes contra Pershing y contra los federales, pero el recuerdo de esa gloriosa expedición, aunque frustrada como la primera salida del hidalgo de la Mancha, quedó por siempre en la memoria colectiva.

Por eso me gusta andar por los caminos de Dios, diría un conservador, o por los caminos del pueblo bueno y sabio, diría alguien de la 4T. Por todas partes de México encuentra el juglar viajero cosas sabrosas de oír y sabrosas de contar. No sé si tendré bienes al final, pero de una cosa estoy seguro: tendré muchos recuerdos.