Poetas en la tierra de los sapos

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Poetas en la tierra de los sapos

Foto: Tomada de internet

En la plaza de un pueblo que abrillanta los huesos de sus muertos, cuatro hombres mayores, dialogan en lengua maya. El sol de la tarde acompaña su charla. Israel, desde una juventud que recarga en el kiosko, dice: “así nos veremos nosotros”. Alessander le sonríe con humo entre los labios. William y Carlos asienten mientras toman entre sus manos los poemas que escribieron.

Los cuatro se toman una fotografía en la banca contigua, quienen recordar ese momento, conjurar que llegarán juntos, hasta la vejez compartiendo sus escritos. Así ha sido desde la tierna adolescencia. Se reúnen, corrijen versos, expresan ideas. De ser un río solo, se han vuelto ríos: uno es ahora profesor, otro trabaja para sostener a su familia, otro más ha viajado para recibir un curso de poesía y otro más no ha abandonado su pueblo.

Allí, en la plaza, los poetas se lanzan a decir poemas y entonces, el sonido del español, se engarza con el maya, al fondo.  Vas. Dice uno y Carlos Mass Canto se lanza a leer Nadja, del que extraigo un fragmento: “El poema tiene puerta y ventanas por donde puedes mirar y mirarte leyendo. Tiene de una niña la sonrisa dibujada con la esquirla de un deseo. Tiene a tu madre sentada esperándote acariciándose el vientre. Tiene, Nadja, el poema tiene la geografía trazada con el equilibrio de tus pies. Y cuando pienso en el poema, pienso en tus costillas, en tus escápulas de puntos cardinales, en la distancia que existe de una a otra ingle, en la página en blanco que ilumina.” En la hoja blanca este poema es una columna central que se erije como una estructura de bella caligrafía, en donde al calce, se entreveran dos palabras con tipografía abierta, como un listón translúcido que aligera la carga del bloque de palabras.

La tarde se oscurece y William Uitz Euán lee el poema God is in the making, del que tomo una parte: “Somos la arcilla de ese Dios oscuro y deficiente / del mismo material del que se urden las pesadillas: / de arcilla es la espada que traspasa la armadura de Héctor, / es la cicuta y la sentencia de Homero; / de arcilla es también la codicia y el oro del persa, / el tirano, el naufragio y la guerra, / la tifus que aniquila al poeta.” 

Roger Israel Ancona Ortega, quien decora su pequeña biblioteca con frases en los muros, prefiere entregar un poema que escribió hace un año, del que recupero un tramo, para esta columna: “Te escribo junto a la alondra y el pájaro / porque en esos instantes eres mía / a través de la radio y los teléfonos / enloquecidos. / Te construyo, a mi modo, aun cuando / ignoro el estallido de tus manos y / tu cadencia avanza firme y sin resistencia / por las estaciones venideras. / Te contemplo más linda y más cauta. / Dejo olvidados en ti estos mis soles sin luz, / acostumbrados a los libros, / antes irresistibles a los días  / paralíticos de octubre”.  Así dice Soledad de Claudia.

Y cuando es el turno de escuchar a Alessander Segovia Haas, me reconozco en la escena del poema que él nombró La cárcel en medio de la casa: “y el padre se queda horas extra / fabricando desvelos en los puertos / de un mar seco / Cuando llega / es tarde / y los peces se han comido las plantas de su pie / cuando llega / sus hijos / nos arrumbamos como basura en bolsas / a la esquina / para no mirar el incendio en la cocina / para no mirar cómo se quema el cuerpo de la madre / junto a dos tomates y un par de manos / que no se pueden comer / porque se hicieron ceniza / en la boca enmohecida”. Este poema tiene más caminos del alma abiertos y se me graba como tatuaje de selva y sal.

Estos y otros hilos de lenguaje nacen para conformar estructuras cinceladas en sesiones de conversación y lecturas que los cuatro jóvenes, celebran de vez en vez, en un taller horizontal donde cada mirada suma al texto del otro.

En Pomuch se hace de noche y partimos en autobús, de regreso al puerto de Campeche, para mirar por última vez el mar oscuro, que gaviotas observan para cazar algo del cardumen que noche a noche, entra.

claudiadesierto@gmail.com