El Comité Municipal del PRI en Monclova estaba acéfalo. Un prestigiado monclovense, Roberto de la Garza, priista de mucha militancia y grande mérito, pensó que podía aspirar al cargo, y empezó a moverse para lograr su fin.
En aquellos años el PRI y el gobierno eran la misma cosa. Igual que ahora. Un solo voto necesitaba Roberto, por lo tanto, para llegar a la anhelada meta: el voto del gobernador. Y el gobernador era don Óscar Flores Tapia, de inolvidable memoria.
El aspirante sabía que Flores Tapia tenía mucha amistad con don Ruperto Viveros, otro muy distinguido monclovense. Don Óscar y el señor Viveros eran hermanos masones, pero a más de eso había entre ellos trato desde la juventud, confianza y gran afecto. Así, De la Garza le pidió a don Ruperto que lo presentara con el gobernador, y lo apadrinara ante él en su deseo de dirigir el PRI en Monclova.
Don Ruperto aceptó de buena gana. Conocía al aspirante; veía en él las cualidades necesarias para dirigir el partido con acierto. Le dijo, pues, que él mismo se encargaría de conseguir la audiencia con don Óscar. Así lo hizo, y el día señalado emprendieron el viaje hacia Saltillo acompañados por otros tres priistas.
Llegaron poco antes de la hora fijada para la audiencia. Después de una breve antesala fueron llevados a presencia del gobernador. Abrazó Flores Tapia con afecto a don Ruperto; saludó a sus acompañantes; se informó del estado de cosas en Monclova, y luego les preguntó a qué debía su visita. El anheloso aspirante dirigió la mirada a don Ruperto en muda petición de que abordara el importante asunto que a Saltillo los había llevado.
-Bueno, Óscar -empezó a decir el señor Viveros-. Seguramente estás enterado de que en Monclova está acéfalo el Comité Municipal del PRI, y...
No pudo seguir hablando el presentador. Muy a su manera lo interrumpió don Óscar.
-¡Claro que sí, Ruperto! -dijo-. Nadie más indicado que tú para ocupar el puesto. Me parece una excelente idea. Cuenta con eso.
-Mira, Óscar... -intentó aclarar don Ruperto.
-Nada, nada -opuso el Gobernador con aquel modo terminante que le era peculiar-. No me digas más.
Marcó una extensión en su teléfono, y le ordenó a un secretario:
-Comunícate ahora mismo con Fulano (el presidente estatal del PRI) y dile de mi parte que Ruperto Viveros se hace cargo desde hoy del comité municipal del partido en Monclova.
Ante la estupefacción de los visitantes se levantó don Óscar; apresuradamente les estrechó la mano uno a uno con premura, y luego los acompañó hasta la puerta, donde los despidió.
Estupefactos, anonadados, mudos emprendieron los monclovenses el viaje a su ciudad. Don Ruperto iba muy apenado; no sabía qué decir. Tampoco hablaban los demás; permanecían todos en un silencio tenso. Ese silencio general, aplastante como lápida, duró hasta La Muralla. Ahí lo rompió Roberto de la Garza. Dirigiéndose a don Ruperto le dijo estas sonoras palabras:
-¡Cabrón, a ver si por lo menos me repones lo que gasté en carnes asadas!