Usted está aquí
Pongámonos de acuerdo
A partir de los años ochenta, con la llegada de la globalización, llegó también lo complejo de la diversidad y la pluralidad, que por vivir en una sociedad monista al momento no hemos sabido capitalizar. La verdad es que se nos sigue complicando ponernos de acuerdo. De una sociedad en la que había una sola religión, una sola ideología, un sólo partido y una sola sopa, pasamos a vivir en espacios donde la mayoría sentimos, creemos, pensamos, hablamos y actuamos de forma distinta. Muchos no entendieron que las diferencias nos enriquecen.
Al momento seguimos viviendo en un México fragmentado y dividido donde cada grupo vela por sus intereses. Si me va bien, le entro. Si me conviene sí participo. Si hay beneficio, por supuesto, cuenten conmigo. Son frases que denotan que el bien particular ha estado permanentemente por encima del bien común.
Los partidos, como su nombre lo indica, partidos. Las iglesias, como desde 1517, divididas y separadas. Las organizaciones pensando que son la impronta de la sustancia. Los empresarios, pensando, como Milton Friedman, que se trata sólo de incrementar ganancias. Los profesionistas, como el azadón, buscando evadir lo más que se pueda al fisco, y muchos mexicanos siguen con el axioma de que “el que no transa no avanza”.
Vivimos en una sociedad plural y no hay marcha atrás. Aunque seamos diferentes requerimos de acuerdos y de que estos se respeten. Los acuerdos son garantes del equilibrio y son reguladores de la sociedad.
No se pueden imponer modelos, tenemos que construirlos juntos. Son más cosas las que nos unen que las que nos separan. Por lo tanto, no puede haber dogmatismos donde cada grupo busque imponer su propia cosmovisión y valores.
O nos ponemos de acuerdo para vivir bien o seguiremos perviviendo en el desorden y la falta de armonía social. Vivimos 77 años bajo el influjo de un modelo que sólo trajo beneficios para unos cuantos y otros 12 que continuaron con la misma fórmula. Las consecuencias ahí están: pobreza, violencia, desigualdad y falta de desarrollo.
El respeto a las ideas es la base de un sano pluralismo que tiene su fuerza en la libertad y en la igualdad, donde lo público y lo privado marcan la distinción entre el hombre (las creencias y los ámbitos de intimidad) y el ciudadano (las normas jurídicas, sociales y públicas, el conocimiento de los derechos civiles y la garantía de las libertades individuales); pues esta división aporta mayor margen de libertad.
Precisamente estos acuerdos, que en muchos de los casos ya están vigentes (la Constitución y las normas que le dan vida y sentido a la estructura social), requieren de la vivencia de ciertos valores que todos reconocemos para vivir bien, por ejemplo: la igualdad, la honestidad, la libertad responsable, el diálogo, el respeto y la solidaridad que se requieren en una sociedad de diversos y que sirven para hacer posible una sociedad justa, priorizando los derechos humanos.
El problema es que en sociedades plurales y diversas se necesitan cierto tipo de características con las que se debe engalanar el ciudadano. Recordemos que la legalidad es un valor fundamental de la democracia, porque garantiza a los ciudadanos el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones. Es el apego a las leyes para que los individuos las acepten y las tomen como suyas, y sirve como criterio de orientación para el actuar cotidiano en un marco de respeto a la dignidad, la libertad y la igualdad.
Se requieren ciudadanos racionales, es decir, sin apasionamientos, ni viscerales. Que sean responsables frente a la cosa pública. Que respeten el estado de derecho. Que sean autónomos, incluyentes, tolerantes y que participen en todo momento de la libre discusión. Si no hay dialogo, no hay democracia.
Que respeten a quien no piensa igual. Que lleguen a consensos. Que sean conscientes de que nos jugamos el destino de nuestro País y que participen activamente en la construcción del mismo. Nos conviene sumar y multiplicar, no dividir ni restar. El ponernos de acuerdo es la prioridad más importante en una sociedad tan golpeada como la nuestra.
Es importante que acabemos de entender que los acuerdos mínimos posibilitan una convivencia justa, ponen en el centro los valores básicos que todos reconocemos y nos dan la oportunidad de participar en la construcción de lo público, independientemente de los grupos a los que pertenezcamos.