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Prefiero la tierra vestida de civil
“Prefiero la tierra vestida de civil./ Prefiero los países conquistados a los conquistadores”, Wislawa Szymborska.
Hay una pequeña esquina del mundo a la que por voluntad o pensamiento, uno pertenece. Ese pedacito, suele ser el sitio en el que crecimos, donde los primeros pasos se convierten en excursiones hacia jardines salvajes y manantiales de juegos. Son estos sitios, a los que abrevamos desde otra edad, ahora, y tal vez, solo tal vez, muchos de esos espacios sigan salvos; otros han sido convertidos en estacionamientos, en depósitos de deshechos. O han sido aplastados por grandes edificios. Pero incluso así, tenemos esos lugares en nuestra memoria, tenemos esos recuerdos. Pudimos crecer en ellos, incluso en sitios violentos de pandillas y disputas oscuras; sobrevivimos. Aquí estamos.
No puedo omitir el que otros niños ahora están siendo arrancados de esos espacios de infancia; que llanamente se ocultan para sobrevivir. Bombas caen sobre ellos y sus padres; criterios de países y su política exterior, caen sobre ellos, criterios de locos que gobiernan facciones gubernamentales, rebeldes o guerrilleras.
Pienso no solo en Veracruz y en Oaxaca; pienso en Egipto, pienso en Siria, especialmente en Alepo, y creo que parece importar más la imagen de un diplomático asesinado, que los más de 400 mil muertos por la imposición de la violencia que busca apropiarse de reservas energéticas y posiciones geopolíticas.
Igual que Wislawa, prefiero la tierra vestida de civil. Y aquí en México, nos acercamos peligrosamente a un estado militarizado. Tenemos el ejército recorriendo las calles de la infancia de nuestros hijos; ya es un paisaje natural. Enseñamos a adorar las armas en lugar de narrar la importancia de los acuerdos y del diálogo.
Pero desde la literatura qué se puede hacer sino narrar la visión de los vencidos, cantarle desde la poesía a los muchos que somos el resto.
Puede la poesía tal vez decir para que otros se reconozcan, tal vez clamar para hacer eco en quienes toman decisiones. ¿Es esto pedir demasiado?, porque es pedir que importen las personas y no el estado económico y la rapiña. Sin importar su respuesta, seguirán y seguiremos narrando, seguiremos diciendo, seguiremos cantando, incluso con cantos quebrados.
Comparto en estas fechas, uno de los poemas de Izet Sarajlic, del libro Sarajevo, que me regaló Rafael Cessa, hace tiempo: “Desde hace treinta horas / las granadas / llueven nobre nosotros desde todas partes. / Una de ellas / ha sobrevolado ahora / este poema. / Ha sido lanzada desde el Mrkovici / donde antes de la guerra cogía margaritas / con la mujer que amo”. O este otro: “EN Sarajevo, / en esta primavera de 1992, / cualquier cosa es posible. / Estás en una cola para comprar el pan / y despiertas en un hospital / con una pierna amputada. / Después, incluso reconoces qye has tenido mucha suerte”.
Me pregunto dónde están los espacios de infancia salvos en estos momentos de guerra, dónde será posible abrir un hueco para sembrar flores, un hueco de tierra olorosa pero sin balas, allá en ciudades que no nos importan. ¿Será posible si seguimos honrando las investiduras militares, considerando héroes a quienes acaban con niños e indefensos, cuando héroe o heroína deberían de ser los campesinos y panaderos, los obreros que trabajan para hacer producir las tierras que nos alimentan?