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Producto vs propaganda
Desde la que solía ser la capital del entretenimiento chatarra y hoy sólo es chatarra sin trazas de entretenimiento, Hollywood, nos llegan noticias para los frikis (vocablo aceptado por la RAE para designar a los chiflados en temas de cultura pop):
La estrella de la nueva saga fílmica de “El Hombre Araña” (“Spider Man: Homecoming”), Tom Holland, estará de visita en nuestro País promoviendo la cinta en cuestión, lo cual estaría muy pero muy bien de no ser porque tales giras del elenco fuera de los EU son sintomáticas de que la peli se anticipa un bodrio de aburrimiento mortal.
No hay misterio ni revelación sorprendente, cuando el filme es un trancazo seguro, los estudios ni la molestia se toman. ¿Como para qué? La promoción del elenco no puede hacer ya nada por, digamos, la última entrega de “Star Wars”. Un “Episodio VII” no lo habría visto más gente de la que lo vio ni bailándole al Señor de Chalma. Era sencillamente imposible mejorar la recaudación esperada.
En cambio, cuando el estudio no está muy seguro de su apuesta, organiza, promueve y fomenta el que sus estrellas se dignen a visitarnos en este su Tercer Mundo que tanto desprecian, pero del que tan bien se sirven, eso sí, bajo la encarecida advertencia de que no coman tacos en la calle.
Nada enfría más mi curiosidad por una peli que enterarme que el elenco anda en México haciendo funciones especiales, preconizando sobre el milagro fílmico que nos aguarda en las salas de cine, pronunciándose sobre los temas sensibles del argumento y portándose los buena onda.
–Señor Craig, ¿qué piensa de que las chicas Bond son una cosificación de la mujer? ¿Piensa usted que está bien gritarle “guapa” a una desconocida en la calle?
–Esteeee… No dejen de ver la peli… Está muy buena… y pidan los nachos con extra queso.
La ecuación no falla: a mayores esfuerzos proselitistas de la producción, mayor el chasco que nos llevaremos.
Funciona exactamente igual en política (sí, siempre tenemos que aterrizar en la asquerosa polaca). Entre más ruidosos, grandes y ostentosos sean los afanes de posicionamiento de un partido político, peores serán sus deficiencias para gobernar, legislar y/o administrar con honestidad, justicia y transparencia.
La propaganda, of course, no se limita al pendón, al espectacular, a la barda pintada (charrísima), al spot de radio, tv y ahora, redes sociales.
Propaganda es también la declaración banquetera del funcionario en la que culpa de todos sus fracasos, errores, injusticias, omisiones y corruptelas a la oposición, a los periodistas, al crimen organizado –¡uy!– (como si no fueran ellos verdaderos capos), a AMLO (y AMLO a su vez culpará a las mafias del poder) , a los extraterrestres y al que se deje.
Propaganda es, por supuesto, el programa de asistencia social que se inyecta no donde más urge, sino de manera discrecional en los territorios marginales del voto duro, a través de las generalas de sus tropas de colonia popular.
Propaganda es, por supuesto, la dádiva, la despensa, el tinaco, el bote de pintura y todas las cosas tangibles y de paupérrima calidad que se dan a los ciudadanos que no manejan conceptos abstractos como bienestar común, justicia social, desarrollo humano, democracia.
Y propaganda son a no dudar todos esos actos masivos que presumen como manifestaciones de apoyo libres y espontáneas y se hacen únicamente para hacer alarde de su músculo político, en efecto voluminoso, pero artificialmente desarrollado por medio de los corruptos esteroides del acarreo y la extorsión laboral.
¿Quién le gana al PRI a la hora de hacerse propaganda? ¿Qué divisa política le hace sombra en el arte de refrendar su posicionamiento desde y con los recursos públicos, gracias al cual entidades como Coahuila jamás han experimentado la más tenue alternancia en casi un siglo de hegemonía Robolucionaria?
¿Qué otro partido consigue que dinastías consanguíneas ocupen las mayores investiduras a través de los sexenios, las décadas y las generaciones?
La respuesta la conocemos de sobra y mucho se lo debe el partidazo a su campaña propagandística permanente que habría hecho que Goebbels se quedara perplejo (sí, también pendejo).
No tiene por qué extrañarnos en absoluto, la ecuación mercadotécnica no miente: si el producto fuera bueno, solito se defendería sin necesidad de tanta alharaca.
Pero hablamos de un aparato propagandístico en proporción inversa a la calidad de lo que se nos vende, un aparato tan grande que no sólo persuade a un generoso segmento de la población de que los compre, sino que además, los convence de que realizaron una excelente compra, aunque el producto no diste mucho de una mala, terrible, pésima, hedionda película.
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