Gente que no deja de sorprenderme Vol. 2

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Gente que no deja de sorprenderme Vol. 2

Recapitulemos: Decíamos que un comunicador local reiteradamente miente, difama e injuria ante la pasividad de una audiencia que, lejos de vetarlo para siempre de las pantallas domésticas, lo convierte en una especie de antilíder de opinión que, empero, no deja de ser el referente de nuestra más pueblerina opinión pública.

Pero el día que hace una estúpida broma contra Joaquín López Dóriga y Carlos Loret (no mola) –ambos excelsos paradigmas nacionales del periodismo– o hace un anodino comentario sobre D.J. Yuawi (rey absoluto del jingle político-autóctono-pop-infantil) ese día, y hasta ese día solamente, queremos arrancarle la cabeza, ofrendársela a los ancestrales dioses prehispánicos e inscribirlo en el catálogo de la ignominia, como si no hubiera cosechado méritos y repudio suficientes durante al menos dos décadas.

La indignación popular ahora se movió hacia ámbitos de mayor “nobleza” como lo es la defensa de “la cultura”, o lo que entendamos por cultura (y por “defensa” también).

Tras el cierre de la Librería Educal Artemio de Valle Arizpe, en diciembre, la capital coahuilense se queda con una única librería, la Carlos Monsiváis.

Presenciamos los últimos estertores de la larga agonía que experimentó la letra impresa en nuestra ciudad. Es solo cuestión de tiempo para que la oferta se extinga por completo.

Y como mis paisanos y yo somos harto mitoteros, no íbamos a dejar que este penúltimo bastión de la lectura cayera así como así, por lo que se organizó la consabida ciberresistencia civil. A través de una petición en change.org –plataforma del activismo que no genera ningún cambio– un grupo de saltillenses exigió la reapertura de la librería porque “¡qué barbaridad!, sin la Educal vamos a regresar a las tinieblas del oscurantismo medieval”.

Los comentarios en redes son también muy pesimistas en cuanto a que esta pérdida nos disminuye como civilización.

Aunque la librería se va porque su sede, el antiguo edificio de la Secretaría de Cultura, será ocupada por un nuevo elefante blanco, lo cierto es que si desaparece –en vez de ser reubicada– es por resultar sencillamente incosteable. Y si no es redituable, pese a ser una de las dos únicas librerías en toda la ciudad, quiere decir que a los saltillenses sencillamente no les importa.

Por eso mi sorpresa cuando, amén de un puñado de personas cuya devoción a las letras es patente y me consta, la indignación se carga con un número de ciudadanos que no es proporcional con la disfuncionalidad de la Educal.

Como de costumbre tenemos a una sociedad llorando con rabia lo que no supo defender tranquilamente, con la relajada calma de un cliente habitual.

Respecto al papel del Gobierno en todo esto, no estoy seguro si en verdad considere este cierre un fracaso o un retroceso si, después de todo, en la crisis crónica en la que se ha empeñado a sumir al país no hay cabida para gente ilustrada.

Sin ánimos de armar una polémica alrededor de esto, y con el perdón de los puristas, la lectura está en otra parte. ¡Vamos! Como que un libro es realmente un artículo de lujo.

El e-book y los libros de usado son opciones mucho más acordes al espíritu de esta época. Incluso, para comprar un libro nuevo e impreso (“imprimido” dijo EPN, aunque esta vez estaba en lo correcto), ofrece muchísimas ventajas la transacción en línea: un catálogo prácticamente ilimitado, sin barreras geográficas importantes y una gran competitividad en cuestión de precios.

Tomando en cuenta nuestro pobre y decreciente interés en los libros y considerando que estamos a un clic del catálogo universal… ¿Hay realmente razones para plañir y acongojarnos por el cierre de una librería del Estado?

Yo digo que no. Habrá quizás que lamentarnos, eso sí, de nuestro marchito romance con la literatura y la manera en que esto merma en verdad nuestra calidad de vida y compromete nuestro futuro.

Pero, al igual que ante cada problema que el mundo nos plantea, hay dos maneras de abordarlo:

Una es haciendo un esfuerzo largo, discreto y consciente por mejorar las cosas. Comprometiéndose uno mismo a leer más –sean libros electrónicos, viejos, nuevos, prestados– e inculcando estos hábitos en nuestra familia y ámbito inmediato.

Y dos, armando mucho ruido y alharaca por algo que no tiene remedio y, cuya improbable compostura, no ofrece ninguna solución de fondo.

Unos y otros, sé de cualquier manera que todos coincidirán como cada año, atiborrando paradójicamente la siguiente edición de la Feria Internacional del Libro. ¡Allá nos vemos!

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