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‘Projimidad’: un instinto universal
Antoine de Saint-Exupéry escritor de “Tierra de hombres” describe que en el desierto tuvo un aterrizaje forzoso quedando él y su mecánico perdidos y, lo peor, sin agua; pero sucedió que “el hombre más humilde del desierto, un beduino, los encuentra y les ofrece su don más preciado: parte de la reserva de agua que necesitaba para el largo viaje”.
Narra Saint-Exupéry: “¡Ah! Habíamos perdido la pista de la especie humana, nos habíamos alejado de la tribu, nos encontrábamos solos en el mundo, por una migración universal, y he aquí que descubrimos, impresos en la arena, los pies milagrosos del hombre”.
“El nómada avanzó sobre la arena, nos dice, como un dios sobre el mar. El árabe nos ha mirado, simplemente. Nos ha empujado con las manos en nuestros hombros, y hemos obedecido. Nos hemos tendido. No hay aquí ni razas, ni lenguas, ni divisiones. Hay ese nómada pobre que ha posado sobre nuestros hombros manos de arcángel.
“En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, te borrarás, sin embargo, para siempre de mi memoria. No me acordaré nunca de tu rostro. Tú eres el Hombre y te me aparecerás con la cara de todos los hombres a la vez. Nunca fijaste la mirada para examinamos, y nos has reconocido.
“Eres el hermano bien amado. Y, a mi vez, yo te reconoceré en todos los hombres. Te me aparecerás bañado de nobleza y de benevolencia, gran Señor que tienes el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti marchan hacia mí, y no tengo ya un solo enemigo en el mundo”.
El beduino es el buen samaritano de siglos atrás, es él quién les salva la vida, pero va mucho más lejos: su acto hace realidad los valores humanos relacionados con la misericordia.
Estos hombres, alejados del mundo, en el beduino encontraron no solo el agua vital: el desconocido se manifestó como la humanidad entera extendiéndoles sus brazos, su hospitalidad, generosamente los rescató de la mayor marginación que alguien puede padecer, me refiero a la soledad, al abandono, a ese brutal desapego que hoy es omnipresente en nuestra patria y se llama indiferencia, a ese cáncer que no podría subsistir si nos volcáramos a la “projimidad”.
Este pasaje refleja nuestra profunda humanidad: el aprecio sublime hacia los “otros” a esos desconocidos que se sienten menesterosos de los suyos, de sus iguales, de la misericordia y la mirada atenta de sus semejantes. De nosotros.
Existe una narrativa mucho más antigua; tal vez, la más influyente de los encuentros humanos relacionados con la misericordia, acudo a la historia descrita en los evangelios de la cristiandad, de ese hombre que fue robado, herido y abandonado y que fue encontrado por un buen Samaritano.
ETERNA PARÁBOLA
Cuando un doctor en la Ley Le preguntó al pobre de Nazaret “¿Y quién es mi prójimo?”, Jesús contestó: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y le salieron al paso unos ladrones que le despojaron y le molieron a golpes, dejándole medio muerto al marcharse. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino, y al verle pasó al otro lado del camino. Igualmente, un levita que también pasaba por aquel lugar, al verle pasó al otro lado. Pero un samaritano que iba de viaje, se le acercó, y al verle sintió misericordia. Llegó a él, le vendó las heridas, bañándolas con aceite y vino, y subiéndole en su propia cabalgadura le llevó a la posada y se cuidó de él. Y al día siguiente sacó dos denarios y los dio al posadero, diciéndole: Cuida de éste, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.
“¿Cuál de estos tres se mostró prójimo con el que había caído en manos de los ladrones? Él dijo: Aquél que practicó con él la compasión—. Jesús le dijo: —Ve, pues, y haz lo mismo”.
Esta parábola desprende un sustancial aprendizaje: el encuentro entre estas dos personas manifiesta un acto humano que es la columna vertebral de la “projimidad”: el buen Samaritano, sencillamente, obra de acuerdo con su natural sentir, ayudando al herido, a “su” prójimo. Este acto es libre y por tanto creador, rasgo distintivo, inmanente y sublime de la naturaleza humana.
Dicho sea de paso, los otros hombres, con su indiferencia e insolidaridad, inevitablemente, laceraron el alma del abandonado, pero también ellos mismos erosionaron el significado de ser sus propias personas. Ellos lastimaron, de la peor manera posible, a este hombre, pero también a la humanidad de todos los tiempos: fueron más inhumanos que los propios ladrones que dejaron moribundo a esa persona en el camino.
Nos urge reconocer al “otro”, caminar la fraternidad, aprender a ser igualitarios en nuestras relaciones, en la manera de percibirnos, en la forma de comunicarnos los unos con los otros.
ACTUALIZANDO...
El Papa Francisco, hace algunos días, abordó este tema de manera espléndida: “El problema que nosotros tenemos hoy, no es tanto lo que uno dice o lo que no dice, sino el cómo. Podemos decir cosas dentro de un laboratorio, totalmente asépticas que no sirven para nada.
“Podemos decir cosas a la distancia, son declaraciones que tampoco pueden servir mucho, por ahí te inspiran en algo. Lo importante es decir las cosas con ‘projimidad’, con cercanía. Y cuando uno es capaz de decir las cosas con cercanía y con ‘projimidad’ expresa la ternura: la ternura de una caricia, la ternura de una mirada serena, sencilla. La ternura de una palabra de ánimo, la ternura de un acompañar al que se queda rezagado”.
RAZÓN DE SOBRA
Sobrada razón tiene el Papa; por eso, quise ligar estas dos historias, que son testimonio de la fraternidad olvidada, de la posibilidad de sabernos misericordiosos, con la finalidad que nuestras miradas apuesten a ser más iguales a los desiguales, a esas personas que deberían de habitarnos, todos los días, en nuestros pensamientos y actos.
Hablo, por ejemplo, de la crisis humanitaria de los migrantes, que huyen del terror de sus tierras para llegar al infierno de la violencia de las nuestras; hablo de los niños trabajadores, de los ancianos abandonados, de los indigentes, de esos cincuenta millones de personas que viven en la pobreza y que, en estos mismos momentos, sufren hambre y sed en México, y de México; pero también refiero a los que están tan cerca que los ignoramos, o sea, precisamente, los que están en nuestros ámbitos laborales; pero también refiero nuestros espacios familiares donde, en ocasiones, se encuentran indigentes de nuestras miradas y presencias, de nuestro tiempo, de todas esas personas que, por alguna razón, obviamos, ignoramos y, más aún, abandonamos en el desierto de su suerte.
LEPRA DEL ALMA
Hay en nuestro mundo una enfermedad que surge con sorprendente actualidad de las cual hace ya tiempo habló Teresa de Calcuta: “Ustedes que viven tan cómodos, en realidad padecen sin saberlo, una lepra en el alma mil veces peor que la que la que se sufre cotidianamente en las barriadas más pobres de Calcuta...
Esa lepra es la soledad de no tener una mano fraternal; No tener a alguien que vea con interés y consideración; de no ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de sentirse amado. He pasado frente a sus grandes casas y he visto más infelicidad que en las casuchas y zanjas de Calcuta. En Londres sólo saben que uno de sus vecinos murió cuando ven apilarse las botellas de leche en las puertas de sus casas”.
Teresa de Calcuta no habló metafóricamente; inclusive hoy esto es una perversa realidad que, desgraciadamente, quema y destruye en muchos sentidos al país, pero a pesar de nuestras cotidianas realidades, tengo la esperanza, que la “projimidad”, esa actitud desinteresada mostrada por el beduino, por el buen samaritano y por el llamado de Francisco, nos salvarán individualmente, pero también a México.
Más lejos de la santidad o del cotidiano pecado, necesitamos la “projimidad”… La necesaria ternura humana. Es decir, descubrir y sentir las carencias del prójimo. Para eso, requerimos ser personas; es decir, solamente mexicanos sensibles.
Programa emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo