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¿Qué es el Oscar?
Desde muy niño, mi madre me inculcó el hábito de ver cada último lunes de febrero la entrega de los premios Oscar, costumbre que a los pocos años agarré por cuenta propia.
En mi ingenuidad, propia de la edad y de aquella época más cándida, me creía que de verdad se trataba de una ceremonia que premiaba y celebraba los logros más destacados, técnicos y artísticos, de la cinematografía.
Los años corrieron y, junto con la adolescencia, aquella candidez se marchó para ser reemplazada por un cierto cinismo escéptico al que no escapó mi visión de los Premios de la Academia.
“Bueno”, me dije, “es obvio que no pueden garantizar que se premiará necesariamente a ‘lo mejor’, pero al menos lo intentan… ¿verdad?”.
Resultó que el cinismo sólo era una modalidad distinta de aquella ingenuidad original, y es que me decía a mí mismo (y lo creía) que las cintas galardonadas o simplemente nominadas, podían o no gustarme, pero al menos contaban con un estándar mínimo de calidad para estar en competencia…. ¿verdad?
Pasaron los años y seguí puntualmente el evento al que con cada entrega fui dejando de reconocer. Así como en un matrimonio, en que un día descubre que el consorte no es aquel con el que se casó.
Ambos habíamos madurado de maneras muy distintas. A mí ya me estaba pegando la amargura del reiterado desencanto (ver “pelis” como “Crash” o “The Hurt Locker” llevarse la categoría principal, descorazona a cualquiera). Pero la ceremonia de premiación se había vuelto como esos viejos que hacen lo que sea por verse aun juveniles y “en onda”.
El Oscar comenzó a incluir entre sus presentadores a conductores de televisión y estrellas adolescentes, a abreviar los musicales para no hacerla “tan cansada”, a nominar cintas veraniegas; la gala se comenzó a celebrar en domingo para ver si la magnificencia del Dios Rating la favorecía como al Super Bowl, etcétera.
Pero lejos de parecer un evento revitalizado, fresco, era precisamente como esos viejos que, queriendo pasar por chaviza, sólo consiguen hacer el ridículo y nos despiertan un sentimiento de patetismo.
Supuse siempre que los productores del show televisivo, de la transmisión, impusieron su criterio sobre los miembros de la Academia y la convencieron de que el evento dejara de ser un desfile de estrellas vetustas, con discursos interminables y musicales que nadie ve, pero es que, en esencia, al que ama el cine, toda esa basura le interesa genuinamente.
Cuando pensé que la cosa no podía ponerse peor, llegaron las redes sociales y su linchamiento fulminante, ipso facto, a cualquiera que cometa el mínimo tropezón en la cuerda floja de la corrección política.
Hoy en día la entrega del Oscar no es sino un viejo y pesado dinosaurio queriendo bailar ligerito el son de moda, que además se anda de puntitas por la vida para que las cíber turbas iracundas, ávidas de encender la siguiente hoguera, no inscriban a la Academia en su lista de la infamia.
Hay que cuidar lo que se dice, cuando se dice, quién lo dice, cómo lo dice y lo que se dice con respecto a lo que se dice.
Por eso, pero… ¿y el cine?
¡Ah, sí, eso! Bueno, los criterios de selección y de premiación también han sufrido modificaciones drásticas para no irritar más la de por sí arenosa susceptibilidad de las pías conciencias del siglo 21.
El número de cintas nominadas a mejor película se duplicó para que este reconocimiento abarque más sectores y conforte a más audiencias. Desde hace varios años se incluyen de cajón, en la categoría máster, una película de temática racial, una pequeña película independiente, una película de onda LGBTTI, una cinta política, etcétera.
Pero lejos de conseguir complacer a todos, cada vez hay más y más sectores descontentos, que dicen estar mal o indignamente representados en una premiación que originalmente sólo se pensó para que los magnates de los grandes estudios se dieran palmaditas en la espalda y se celebraran como los capos que eran de la Meca del Cine.
Pero la Meca del Cine ya no existe. Es un bonito, hermoso, recuerdo, pero un recuerdo.
Con el advenimiento de las tecnologías digitales hacer un filme ya no demanda el interés, colaboración y patrocinio de un súper estudio fílmico instalado en la soleada California. Cualquier muchacho con una cámara en Seattle, en Tel Aviv, en Buenos Aires o en Saltillo, está haciendo la mejor película del año y no necesita de la AMPAS (la pomposa Academia) con todo su terciopelo y oropel, para que le diga que lo está haciendo bien.
Y entonces, ¿qué es la Entrega del Oscar?
El Oscar es un show televisivo anual que compite por puntos de rating desde Twitter.