¿Quién te puede matar en estos tiempos?

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¿Quién te puede matar en estos tiempos?

Hace algunos años me sucedió lo que a todo saltillense tarde o temprano le sucede: ir a trabajar a Monterrey. Durante un tiempo salía de mi casa por la mañana y regresaba al atardecer. Encendía la radio para entretener el viaje pero frecuentemente escuchaba una frase contradictoriamente publicitaria -como son la mayoría de esas frases que nos ofrecen la felicidad a cambio de comprar un refresco-.Con un fondo musical casi tan dramático como el “Réquiem” de Mozart, se escuchaba una voz de bajo profundo que decía: “¿ De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”.

Esa frase no me generaba el temor pretendido ni me motivaba  a creer en el producto o servicio que lo patrocinaba, hacía tiempo que había aprendido como buen mexicano a dudar de las bondades de lo que se cacaraquea en el barrio o en la publicidad. Toda publicidad así sea comercial, política o religiosa implica un vacío de bondad ontológica. “Dime de que presumes  y te diré lo que te falta”

Sin embargo sí me provocaba el pensarla. Buscaba en la historia de la humanidad a algún ser que hubiera ganado “todo el mundo”. No lo he encontrado. El Rey Pelé parecía que había conquistado el mundo del futbol, pero con  su comercial de impotente destruyó todo su mito. Igual sucede con los políticos en campaña que son maquillados como los estadistas, los defensores de los pobres y de la administración pública honorable y efectiva, al triunfar en las elecciones parece que ganan todo el mundo y no pasan meses sin que ese mundo se convierta en un coro desafinado de adulaciones y un afinado rumor de denuncias y reclamos.

Concluí que eso de “todo el mundo” era un elegante recurso retórico del Señor para darnos ventaja en la tentación de comercializar con el alma.

Pero no todo estaba claro: ¿Qué quiere decir “perder el alma”?.

La interpretación que me vino automáticamente a la cabeza fue la de condenarse, perder el alma en las llamas eternas del infierno. Sin embargo mi viaje a Saltillo no terminaba y me obligaba a seguir buscando otras respuestas al problema de “perder el alma”.

Mi trabajo cotidiano en Psicoterapia  me dio otra respuesta. En la clínica de la intimidad descubro cada día la lucha del alma agonizante que no quiere morir en el aburrimiento conyugal, en el tedio laboral, en el escepticismo político... que no se quiere quedar cruzada de brazos cuando ve a su hijo deprimido por la falta de horizontes trascendentes, o a su hija desvitalizada porque su imagen no se acomoda al “look” comercial.

Y subitamente apareció en el escenario de todos los continentes la pandemia del ‘desquiciante coranovirus’ con su confinamiento forzado, con sus prohibiciones tan divertidas y a veces tan alienantes. Y con él apareció la realidad de muchas almas y la súbita disolución silenciosa e ignorada de su existencia.

El desvanecimiento del alma angustiada del desempleado, la histeria colectiva que sustituye al alma personal, las manifestaciones irreverentes que tratan de desenterrar el alma de la justicia, los rituales sociales con los que se tortura el alma de la sociedad, el recurso compulsivo a la droga, a la TV y al alcohol con el que se inventa un alma artificial, son síntomas del alma que se está perdiendo en el  infierno cotidiano que revela el confinamiento.

Estos síntomas atestiguan la manera como se va perdiendo el alma personal y el alma de la comunidad sana, indican con toda claridad que la salud familiar y social  está en franco deterioro. ¿Qué hacer? ¿Cuál es el camino?

Y recordé una frase: “No teman a los que pueden matar el cuerpo, más bien teman a los que pueden matar el alma”... de sus hijos, de su familia, de su patria”...y descubrí que también yo puedo matar.